De la misma forma que cierta marca de refrescos ha ido progresivamente quitando componentes de la bebida original (la cafeína, los azúcares, etc…) para ofrecer toda una gama de estilos a la carta con clara tendencia a que los distintos resultados finales sean algo insípidos, así nos parecía y se comentaba entre los aficionados el cartel de este año que, a priori, no parecía dejar contento a nadie más que a los amantes de la electrónica.
En los aledaños no había mucha espectación pero es cierto que los primeros comnciertos encargados de abrir el festival no parecieron tan desangelados como en otras ediciones. Rayden bien pertrechado por Dj Mesh y Mediyama contaba con una entusiasta y joven legión de seguidores que coreaban y saltaban enérgicamente a demanda del espectáculo que desde el escenario se ofrecía. Incluyeron en su show una versión adaptada al hip hop del Seven Nation Army de The White Stripes que hizo las delicias del respetable.
En el otro escenario de los dos que este año componen la oferta Territorios la formación que comandan el jamaicano Coco Tea y el español Irie Souljah daban en clave de reggae mensajes de espiritualidad bien acompañados en los coros por dos voces femeninas. Su concierto tuvo algunos problemas de sonido que fueron los únicos en romper esa atmósfera que se fue creando en torno a esa música y temas como Rastamán ideales para dejarse llevar mientras la tarde poco a poco iba cayendo.
Ya habíamos catado hip hop y también el reggae pero los que tenemos debilidad por el rock encontramos nuestro particular oasis musical con The Strypes. Estos jóvenes irlandeses que han teloneado a Arctic Monkeys y que no me extrañaría que en unos años dieran la vuelta a la tortilla llegaron desde el primer acorde a mostrar actitud y a no dejar prisioneros. Resultaba curioso cómo atraía atónitos a todos aquellos que iban atravesando la entrada al festival en esas horas aún tempranas y se quedaban allí convencidos de lo que la banda proponía.
Con un Pete O’Hanlon al bajo totalmente desatado (qué de buenas fotos habrá dejado para el recuerdo) y un Ross Farreley a la voz principal y con una curiosa forma de atacar al micro situado de perfil la banda dejó su impronta a través de temas como Eighty-Four o What a Shane con una capacidad camaleónica de poseer un sonido british actual para luego recordar a rock clásico setentero o bien interpretar un blues-rock poderoso y convincente. Todo eso en un concierto generoso con sus bises cuando ya la noche había caído y el juego de luces daba aún más intensidad a su música y donde disfrutamos de las habilidades guitarreras (llegando a tocarla incluso de espaldas) de John McClorey.
Habitual pausa de avituallamiento para esperar a Macaco sobre el mismo escenario. No quería ser excesivamente pesimista con un artista cuyos comienzos en la música (los mismos que le posibilitaron un reconocimiento comercial posterior) se nos antojaban con más autenticidad y tal vez con más credibilidad.
Y eso que salió con un pie roto sobre el escenario (curiosamente Dave Grohl hizo lo propio aunque esta vez con una pierna rota el mismo día en Suecia) y se sacrificó para moverse y bailar como parte de la identidad de su proyecto. Hijos de un mismo Dios nos enchufaba buenrollismo y nos arrancaba a bailar tanto como Tengo o la también pegadiza Love Is The Only Way entre mensajes sociales bienintencionados sobre la Sanidad Pública o las extracciones petroleras. El enlatamiento de parte de lo que escuchábamos se hizo patente en Moving (donde sonaba esa voz femenina que no se veía por ninguna parte del escenario) por lo que una buena predisposición fue cayendo en un producto más o menos vulgar.
Y a horas especialmente tempranas para lo habitual en los festivales emergió la electrónica que tuvo una respuesta importante de público que tuvo que dilucidar en primera instancia por la sesión más especializada de Javi Unión o por la fórmula más apta para no iniciados de The Zombie Kids con los que echamos nuestros últimos bailes y nos despedimos hasta el sábado.
FOTOGRAFÍAS: Pilar Pereira del Zapatero