27/10/2009 Sevilla, Sala Q.
Al & The Black Cats volvieron a Sevilla y esta vez sí estábamos prevenidos. El año pasado recalaron en la misma Sala Q y parece que crearon sensación. La voz se corrió y este año volvieron los mismos del año pasado más todos aquellos a quienes nos contaron que estos tres chavales son pura dinamita en directo.
Probablemente no sea yo el más indicado para hacer una crónica de un concierto de Rockabilly pues a penas e escuchado música dentro de este estilo, pero lo que sí puedo contar sin riesgo a equivocarme fue lo extraordinario que resultó el espectáculo que nos ofrecieron.
La verdad es que me habían comentado que en su primera visita a Sevilla se marcaron un show impresionante y que era digno de ver y oír, pero hace unos días me advirtieron que no se me ocurriera perderme este nuevo concierto. Así lo hice, convenciendo además a un par de colegas para que también se viniesen.
Cuando entramos a eso de las 9 de la noche habría unas 50 personas. Más la gente que entrara durante la media hora que supuestamente faltaba para el comienzo de la actuación, podrían ser sobre 90 ó 100 espectadores. Nada mal para la noche de un martes.
Además, durante el rato que faltaba, pudimos entretenernos con los stands que montaron varios estudios de tatuaje y piercing de la ciudad, para presentarnos muestras de sus obras y vender algunas camisetas, así como hacer alguna performance relacionada con este mundo del “body art”.
El caso es que el grupo (que andaba haciendo tiempo mezclándose entre los asistentes sin mucha preocupación) se demoró una hora en subir al escenario. Así nos pusimos en las 10 y media cuando los tres de Lowell aparecieron, instrumentos en mano y preparados para darlo todo.
En esa hora de retraso no dejó de entrar gente. Impresionante. Ciertamente tengo que decir que en contadas ocasiones he visto la Sala Q con tal afluencia de público, máxime un martes. Supongo que la entrada a 3 € y muchas invitaciones ayudaron en llamar a la gente, pero no se puede menospreciar para nada al grupo por esta circunstancia. Creo que la inmensa mayoría hubiese ido igualmente.
Y pasando a lo que fue el recital propiamente, empezaré con la sensación que quedó (estoy seguro) en el 99% de los asistentes: ¡Estos tíos son la ostia! Tralla, caña, descarga de energía o como quieras llamarlo es lo que nos ofrecen “Al & The Black Cats”.
Desde el primer momento desatan todo un arsenal de ritmos rockeros a toda pastilla, que acompañan a unas estrofas y, sobre todo, a unos estribillos de muy fácil digestión. Música directa, sin contemplaciones y sin pretensiones más allá de pasárselo de puta madre, tanto ellos como los espectadores.
Los temas son bastante cortos pero sumamente intensos debido a la gran energía descargada. Diría que, a parte del rockabilly en sí, también cuentan con un punto punk que les hace aún más divertidos, descarados e ideales para que el público se anime a montar una buena bulla bailando al estilo de los años ’50.
El sonido fue bastante bueno. Creo que de lo mejor que he podido oír en la sala en mucho tiempo. Los instrumentos y las voces fueron perfectamente audibles durante la hora y poco que duró la actuación, si bien la segunda voz sonaba más fuerte que la primera.
Tony Cozzaglio es la voz principal y guitarra. Ataviado de negro y con un sombrero, llama la atención cómo un chico con cara de adolescente es capaz de sacudirnos con tal descarga de genuino rock. Este chico se marca unos guitarreos muy pegadizos, alternándolos con una voz que le viene muy bien al estilo de música: fuerte y enérgica, aunque perfectamente entendible. No paró de moverse, brincar y montarse sobre el bombo de la batería para saltar abriendo las piernas.
El contrabajo y la segunda voz son de Hugh Skiffington. Al subir al escenario se nos presentaba con camisa y chaleco negro. Según avanzaba el show empezó a despojarse de ropa hasta quedar con el torso desnudo, aireando los notables tatuajes tipo “old school” que lleva. El sudor le corría y no era para menos. Sencillamente impresionante el trabajo de este hombre con el contrabajo. No paró en ningún momento de pulsar y rascar las cuerdas de manera cuasi violenta, girar y agitar el instrumento hasta el punto, incluso, de llegar a ponérselo sobre los hombros según sacaba de él las últimas notas de uno de los temas. Era difícil verle las manos en según qué momentos de la actuación por la gran velocidad a la que tocaba y, creo que, hasta golpeaba, casi llegando a transformar la cuerda en percusión. En algunos temas existían breves instantes donde Hugh sonaba solo, con un notable resultado por el enorme sonido que sacaba.
El contrabajo estaba ciertamente “quemado”, con partes muy gastadas y otras que parecían parches o pegatinas arrancadas, o un trozo que directamente ya le faltaba en uno de los cantos. Y es que me imagino que debe quedar bastante tocado tras varios conciertos de esta intensidad.
Por cierto, como segunda voz, Hugh interpretaba coros en varias canciones y algún tema también fue entonado por él.
Por su parte, el batería es Arno Stumpf (era fácil de reconocer por la enorme cresta verde que llevaba). Con un bombo, la caja y dos platos es capaz este chico de sacarse de la manga unos ritmos tremendos, rápidos y contundentes, para no quedar a la zaga de sus excelsos compañeros. De hecho la batería apenas estaba amplificada. No contaba sino con un micrófono colocado elevado a cierta altura y no directamente acoplado al bombo, así que la fuerza con la que le daba a las baquetas se escuchaba casi genuina.
Los temas, como decía, eran bastante cortos y directos. Casi todos siguiendo un mismo estilo de fresco rock de cadencia rápida. Tan sólo hubo algún tema (el tercero en particular) con un sonido algo “country” y que se saliera un poco del esquema, pero que tampoco desentonaba mucho dentro de la juerga que había montada. Pese a que todos ellos eran bastante similares en cuanto al ritmo y la estructura, sí que contenían sus matices para que fuesen perfectamente diferenciables entre sí, lo cuál ayudaba mucho a que no resultase monótono o reiterativo.
También hubo un par de temas más relajados donde Tony se sentó sobre una pantalla de sonido para cantar y tocar y Hugh le acompañaba sentado al borde de la tarima y con el contrabajo apoyado, mientras acompañaba a su colega. Era una estampa bastante curiosa. La gente hacía por llegar a tocarles y creo que les hacía bastante gracia el juego este, al menos como momento de distensión. Pero al tema siguiente, volvieron a sus puestos y de nuevo se retomó la tensión del concierto cañero que estaban dando.
La soberana descarga de energía de cada corte lo compensaban con un sorbo de agua entre una y otra canción… y de vuelta a dar tralla de la buena.
Alguna vez se entretenía Tony en presentar el tema o comentar alguna cosilla con alguien del público, pero siempre en tono muy cachondo y divertido, haciendo aún más notable el vínculo de buen rollo con los espectadores.
La gente no paró de bailar en las primeras filas. De hecho se formó toda una pista de baile que ocupaba casi todo el ancho de la sala y un par o tres metros delante de la valla del escenario.
Bastante gente de indumentaria rockabilly y destacar, sobre todo, el enorme abanico de edades de los asistentes. Curioso ver en un mismo concierto de rock a gente entre los veintipocos y los sesenta y algo. Y lo digo porque me encontré con conocidos de esas edades (y que tenían incluso distintos gustos musicales). Pues todos ellos salieron contentos con lo que se vio y oyó allí.
Si me preguntáis los temas del setlist pues os diré que no tengo mucha idea. Sí se marcaron una de Johnny Cash: “Folsom Prison Blues”, que quedaba perfectamente enmarcada en el estilo que desarrollaban. También hicieron su propia versión del “Stand By Me” que fue, por supuesto, la más coreada. Huelga decir que supieron adaptarla perfectamente a su estilo, quedándoles muy divertida. Creo que la usaron para despedirse del público antes de los “bises”.
Desaparecieron por la parte trasera del escenario para volver a los pocos instantes y dejar caer otro par de temas del genuino estilo que la banda había descargado durante los 50 minutos previos. Se marcharon y terminaron por volver de nuevo, a petición unánime del público, para hacer un último tema con el que, ahora sí, finiquitaron el espectáculo una hora y poco después de su inicio.
Ya digo que no conocía mucho al grupo antes de verlo, pero sí se veía a gente cantando varios de los temas, así que sí había entendidos en su discografía. De este modo me acabé enterando que algunos de los cortes fueron: “The Light Hit Her Eyes”, “Runnin' Dry”, “I'll Be Damned”,”300 Miles”, “Don't Say No” o “Givin'um Something To Rock And Roll About”.
Una vez abajo del escenario y alternando con los que habían sido sus espectadores unos minutos antes, los tres “yankees” no pararon de ser felicitados y hacerse fotos con la gente (sobre todo chicas).
Y es que estos tres chavales de poco más de 20 años y oriundos de un pueblecito de Michigan han conseguido que todo aquel a quien le guste la música rock (dentro de su más que amplio espectro de estilos), sepa degustar y disfrutar con lo que ellos hacen sobre un escenario.
Esperamos verlos de nuevo muy pronto.
Por cierto, resulta que después del concierto había previsto un espectáculo de “suspensiones”. Ya sabéis, eso de gente que se clava ganchos por el cuerpo y luego se cuelga con unas cadenas por ellos. Me temo que este tipo de performances me supera un poco y no me quedé a verlo. Estoy seguro de que valía la pena permanecer allí para ver algo tan espectacular, pero creo que quería que mi recuerdo del evento fuese lo mejor posible.
Fotografias: Antonio Barrera