Segunda entrega, la elegida por vosotros, para esas calurosas noches de verano, en las cuales no puedes pegar ojo, esos ruidos, esos crujidos, esos chasquidos. Un abrazo fuerte e intenso de alguien que está a tu alrededor… Nuestro literamúsico Vicente Ponce nos descubre Thriller…
Es tarde, muy tarde. Mi novia y yo hemos decidido volver a casa andando, a pesar de que ella no está muy convencida. Pasar cerca del cementerio del pueblo no le hace mucha gracia. Pero los pocos días que vamos a pasar aquí me impelen a convencerla, y los paisajes me facilitan hacerlo con éxito. A pesar de ser de noche, la luz de la luna llena es como el gran farol inexistente que necesitaría el pueblo en su ausencia de luz. La conozco hace poco, pero la química ha sido tan buena que enseguida hemos empezado a viajar y a compartir cosas. Sabe tan poco de mí…
Pasamos por la puerta del hogar de los que descansan eternamente, o al menos eso dicen. Se oyen varios crujidos que ponen la carne de gallina a mi novia. Le digo que no se preocupe, que son ruidos típicos de la noche. No se atreve a mirar hacia dentro, está aterrada a pesar de mis intentos de calmarla. Yo sí miro. Veo cuatro cuerpos putrefactos que se acercan renqueantes a la entrada. No digo nada. “Ven tonta” le digo. La abrazo colocándola de espaldas a la puerta, para seguir viendo lo que parece una coreografía estudiada de los cadáveres, que ya están muy cerca. La sincronía que despliegan se asemeja a un baile, con movimientos de brazos y piernas (menos uno de ellos, que le falta un brazo) que parecen seguir un ritmo, una canción: la canción espeluznante de la noche, mi canción.
Al llegar a la reja y apoyarse provocan un ruido que no puedo ocultar con mis mentiras. Ella se gira aún abrazada a mí, pasando a primer plano y viendo lo que para su corazón es una escena escalofriante. Ha llegado el momento. Aprovechado que está paralizada por el terror que la invade inicio mi transformación: pelo, garras, tamaño,… En pocos segundos me convierto en lo que debo ser, lo he hecho muchas veces y me resulta relativamente fácil. De nuevo ella se gira, ya fuera de su trance y reaccionando por fin al pánico, buscando mi apoyo, mi consuelo, mi explicación. Sólo encuentra un monstruo. Se desmaya.
Abre los ojos después de una par de horas. Se incorpora gritando, la tranquilizo como puedo. Empieza a balbucear todo lo sucedido: “muertos”, “venían”, “tú”, “monstruo”, “horror”,… Sonrío con la escusa de que todo es una pesadilla, que cayó inconsciente cerca del cementerio y que la traje en brazos a casa. Poco a poco recupera la calma y me abraza fuertemente, como si la intensidad de su gesto fuera proporcional al deseo de borrar esas imágenes que la atormentan. Apretada a mí, sin intención de soltarme, no puede ver cómo mis ojos aún brillan con la oscuridad de mi interior, como si escucharan una canción que los atrae de nuevo: la canción espeluznante de la noche, mi canción.