La tarde del pasado seis de mayo pudimos disfrutar en Sevilla de Michael Nyman gracias a la agencia Eventísimo y su ciclo Avantclass. Un coche acercó al invitado a la Isla de la Cartuja, a la escondida entrada del auditorio BOX a espaldas del edificio EOI. Llovía, pero nadie se acercó a abrirle la puerta ni le proporcionó un paraguas. Cuando eres un compositor inglés de renombre y llevas a cuestas tus setenta y dos años de una punta a otra del globo, gestos como estos predefinen tu disposición y la calidad de tu futura actuación.
Se había anunciado un concierto singular que aunaría recital de piano con la proyección de un espectáculo visual preparado por el propio Nyman. Desde la zona de prensa en lo alto de las gradas de asientos se veía el escenario preparado para la ocasión, un precioso piano de cola negro posicionado a la izquierda del mismo dejaba visible todo el perímetro de la gran pantalla. Hablábamos imaginando en qué consistiría lo que traía preparado el británico pero nos quedamos con nuestras elucubraciones. Por razones que no han explicado no llegó a proyectarse nada, desaprovechándose el potencial del moderno auditorio que no pudo brillar tanto como auguraba.
Todas las luces se apagaron a excepción de la cenital sobre el piano y del lado derecho del escenario asomó Michael Nyman. Sus pasos fueron acompañados de una ovación que no le hizo detenerse a saludar. Llegó, se sentó y comenzó a tocar. Enlazaba un tema tras otro, tres temas de la banda sonora de «Wonderland», notas de «The Departure» de «Gattaca», entre tema y teman no había pausa, la única señal que permitía apreciar que comenzaba una nueva composición era el movimiento de las partituras. Resultaba peculiar ver como sobre el Yamaha Silva Donaire, en el lugar donde suele haber un atril, lo que había era un montón de folios esparcidos. Concretamente partituras impresas por una sola carilla que se encontraban pegadas entre sí por los laterales con celo transparente en grupos de a cuatro o a cinco. Al terminar de tocar una pieza cogía con dos dedos la tira de partituras correspondiente y la dejaba caer al suelo, de modo que una pequeña montaña de papeles iba formándose a su izquierda, junto al amplificador.
Nyman tocaba, como recomiendan los grandes pianistas, sin sentarse del todo en la banqueta, esto evade la rigidez. Se mantenía sobre su lado izquierdo, recurría al sostenuto con el pie derecho y dejaba a la vista en su movimiento la única nota de color de su atuendo oscuro, unos calcetines rojizos. Sus caracterísitcas gafas de pasta descansaban a modo de diadema sobre su cabeza, leía las partituras entornando los ojos y alejándose para ver mejor en alguna ocasión. Sonaba «Diary of love» y te estremecías de placer. Desde arriba se veían brillar las pantallas de los móviles de algunas personas que intentaban buscar mediante aplicaciones los nombres de los temas menos conocidos, sin demasiado éxito. Los temas que estaban escuchando eran adaptaciones a piano de temas orquestales a un ritmo diferente al de los originales. Todas las piezas interpretadas esa noche se encuentran en el disco «Nyman: Complete Piano Music» que ha visto la luz el veintinueve del pasado mes de abril.
Se nos había indicado que podíamos hacer fotos durante los dos primeros temas pero al quinto disparo paré, por reparo y respeto. En un concierto de rock, incluso quizás en un concierto de música clásica con toda la orquesta, los disparos quedarían disimulados por la nube del conjunto sonoro, aquí el ruido de veinte cámaras réflex hacían de molesta percusión a un solo de piano. Decidí esperar al disimulo de los aplausos, pero estos no llegaron hasta el final de su breve y atropellada actuación. Se hizo corto, cogió aire y nos sumergió en música durante no más de una hora.
Dos micrófonos introducidos en la caja del piano, junto a los percutores uno y al final de la cola el otro, eran suficientes para amplificar y proporcionar una gran calidad sonora al tema escogido como broche final, el esperado «The heart asks pleasure first», tema principal de la banda sonora de «El piano». Todo el mundo la reconocía, la tarareaba o la grababa. Cuando la obra terminó, Nyman se levantó, saludó con una reverencia y desapareció tras el telón sólo para reaparecer en tres ocasiones más.
El primer bis fue una obra que compuso para la película inglesa «The Draughtsman’s contract» llamada «An eye for optical theory», característica por ser la de ritmo más tétrico y agresivo de todo el recital. Tras otro paripé de despedida y reaparición tras el telón, nos deleitó con un tema perteneciente a la banda sonora de «Ingrid Bergman in her own words» llamado «How should I live» que no aparece en el recopilatorio al que pertenecían el resto de temas escogidos para la noche. Quizás esa fuese la razón por la cual esta composición fue la única que tocó con las gafas puestas.
Parecía que ya había terminado el concierto, el público aplaudía de pie hasta por bulerías, cosa que debió hacerle gracia porque salió con una sonrisa en la cara y se aproximó a la montaña de partituras. Fue el primer gesto teatral que hizo en toda la noche, subir los brazos y mover las manos dubitativas antes de agacharse y coger una tira al azar. El concierto terminaba igual que había empezado, con el precioso tema «Franklyn» compuesto para «Wonderland». La gran mayoría en pie aplaudía emocionada y el compositor se retiraba devolviéndoles el aplauso. Los asistentes pudieron volver a disfrutar de su presencia pero esta vez en la sala de recepción de la sala. Allí se les ofreció un cóctel y la oportunidad de hablar y hacerse fotos con él.
Maravillosa esta iniciativa de Box y Eventísimo, el ciclo Avantclass promete, una pena que en esta ocasión no hayamos podido apreciar todo el potencial de la sala. Recordar que el trío del ciclo lo completarán Sarah Neufeld (violinista de Arcade Fire) y Win Mertens (pianista y compositor) que tocarán en Box el once de mayo y el trece de junio respectivamente.