Abrió la noche el gran bluesman Little Boy Quique, con el más puro estilo del blues de Chicago a las sevillanas maneras, y que interpretó magníficamente el “lechuganizante”, “sugar sweet”, adjetivo resultante del parecido de la palabra con el estribillo de la canción, según su intérprete. Acepté la invitación de Alvaro de sumergirme por aquel Londres de primeros sonidos entre el pub rock, el auge del rock progresivo y el glam rock que la Sala Custom esa noche, se iba a encargar de recordarnos a todos. Y así fue.
Con ojos expresivos, labios y mandíbulas cinceladas, aspecto serio, casi como el verdugo al que interpretó en televisión, y camisa negra abrochada hasta arriba, aparecía Wilco Johnson en escena acompañado de su guitarra, un bajo y un baterista, y la sensación de que ves en el escenario a quien sigue siendo el mismo pese a tener en su currículum la segunda oportunidad que la vida le ha regalado. La primera fue pararse en aquel escaparate y comprar la guitarra exactamente igual que la de su ídolo, la misma que su Irene, su querida compañera Irene, quien se quedó en el camino tras casi cuarenta años de vida en común, le ayudase a comprar prestándole el dinero cuando ambos, eran adolescentes.
Wilko Johnson es zurdo, pero toca la guitarra como un diestro, y se mueve con ella por el escenario como un poseso. Su estilo típico del blues norteamericano, resultado de imitar a su ídolo, Mick Green, de “Johnny Kidd and The Pirates”, sigue siendo inconfundible. Sonaba “Going Back Home”, canción que da nombre al disco que se creía sería el último de su carrera y que solo fue el que tituló al que ya será un punto y seguido para un Johnson que, sin utilizar púa, daba la sensación de parecer tocar varias guitarras a la vez, acompañado de personalísimos y enérgicos riffs.
Uno de los momentos estelares se produjeron al sonar “Roxette”, sonido puro Dr. Feelgood, y “keep on loving you”, mientras yo pensaba en lo irónico de la vida; me parecía increíble que ese guitarrista de movimientos casi mecánicos decidiese burlar a la muerte y seguir tocando la guitarra hasta que el cuerpo se lo consintiera, y vaya si se lo consintió. Nos ofreció una noche llena de temas propios, y temas de su pasado, tanto de su etapa en sus antiguas formaciones como en solitario, y que fueron pasando por el escenario de la Sala Custom; “Sneakin suspicion” de “Dr. Feelgood”, una muestra de ello, y de ese sonido que destilaba olor a la mezcla entre el rythm and blues y el punk rock característico que marcó una etapa, y que acabó convirtiéndose en un estilo propio llamado rock londinense.
“Back in the night” servía para anunciar a su banda y despedirse, seguido del temazo insuperable “She does it night”, con el que abandonaba el escenario por supuesto, para volver con los bises minutos después.
Y volvió, para nunca irse, como él ya sabe de sobra, acompañado de Chuck Berry, y nos regaló, a modo de despedida, su particular versión del “Bye Bye Johny”, para que nos fuésemos a casa con el convencimiento de que nunca estuvo mejor dicha aquella conocida frase de que los viejos rockeros nunca mueren.