La semana pasada Rulo y la contrabanda presentaron sus canciones en formatos «para todos los públicos», desde la intimidad de la sala Siroco al palacio de los deportes (ahora llamado Wizink) pasando por la Galileo y en todas salió claro vencedor.
Pocos minutos pasaban de la hora fijada cuando las luces se apagaron y el corazón de neón que presidía el escenario comenzaba a latir. Cada vez un poco más deprisa. Y un poco más. Y con ese corazón el de todos los presentes, entre los cuales se vislumbraban en primera fila niños de unos 7 u 8 años expectantes.
Cuando parecía que ese corazón ya no podía latir más deprisa una voz nos presentaba «desde Reinosa…» a Rulo y su contrabanda, que iniciaban el concierto con Tu alambre. Se les veía con ganas, al igual que el público, que respondió de maravilla a temas como Me gusta y Mi Cenicienta, este último de su disco Señales de humo.
En el tema Divididos salió al escenario un fan del grupo, para tocar la armónica y la guitarra.
Durante las dos horas de concierto, se fueron encontrando temas de sus primeros discos como Heridas del Rock’n’Roll, Como a veces lo hice yo, con temas míticos de su anterior etapa en La Fuga: Por verte sonreir y Pa’quí Pa’llá.
Mi Vida Contigo era un Blues fue cantada por Fito, y el guitarrista Carlos Raya se enganchó en La Flor II y La Flor I.
En el bis, nos trasladó a la intimidad de los conciertos anteriores regalándonos en acústico Noviembre y La reina del barro, convirtiendo el enorme palacio en el salón de casa y emocionando a todos los presentes.
El broche lo dio con el Vals del adiós, para la que subieron unos mariachis al escenario y finalizaron con la famosísima ranchera «…pero sigo siendo el rey«.
Una noche mágica para el grupo y para los allí presentes, que volvieron a casa con un buen chute de energía y buen rollo, deseando de tener muy pronto al de Reinosa de nuevo por Madrid.