Son las 21:55. Viernes noche en Sevilla. Suena jazz por los altavoces de una sala que paulatinamente se va sumiendo en la oscuridad. Una tenue bruma comienza a cubrir el escenario de la Sala Custom, a 1’5 kilómetros de la Asturiana de Zinc, según reza un cartel. Entre la neblina se vislumbra una antigua cabina telefónica, tímidamente iluminada por varias farolas cercanas. De repente, elincesante ring de una inquietante llamada irrumpe procedente de la misteriosa cabina. Unas siluetas emergen desde el fondo.
Son las siluetas de los Detectives, que doblan la esquina con ganas de rockear, preparados para entrar en acción; y tras la pista de que éstos dejan, Quique González sube a un íntimo escenario que bien podría haber sido diseñado por la mente de Elmore Leonard para alguna de sus novelas negras.
Tras un eufórico “buenas noches” correspondido con el abrumador aplauso del público sevillano, abrían brecha con Detectives, la “metacanción” que inicia el último disco de Quique, Me mata si me necesitas. El siguiente fogonazo fue Se estrechan en el corazón, el que fuera primer adelanto de este décimo disco del madrileño, con su deliciosa coda hippy tan Crossby, Stills, Nash & Young.
Por primera vez en la noche, Edu Ortega, multiinstrumentalista de lujo de los Detectives (guitarra eléctrica, acústica, mandolina, violín, pedal steel…) agarraba su violín que tan notable carácter imprime en canciones como Sangre en el marcador, la primera ráfaga rock de las muchas más que vendrían en las próximas dos horas y pico. Tras ésta, Quique invita a la corista de los Detectives a situarse al frente del escenario. Ella es Nina, del grupo Morgan (que recientemente han publicado su muy recomendable primer disco, North), una desconocida hasta hace poco para muchos, pero que desde su participación en Me mata si me necesitas, con una tremenda voz soul que no cae en los vicios de la exageración o del gorgorito, sutil y deliciosamente salvaje, ha calado hondo rápidamente entre los seguidores de Quique y los melómanos españoles. Juntos, a dúo, interpretan la muy celebrada por el público Charo, con una rueda de acordes con reminiscencias a los Travelling Wilburys. Esa canción de carretera, de camionero fumándose el verano en la N – 634 y de Charo, esperando su llamada… que nunca llega.
Con la romántica Cerdeña, “hay música por encima de la música”, se cierra la presentación de la cara A de este último disco, y con ella, el que podríamos considerar un primer bloque del concierto.
Aprovechando el aire policial y el humo criminal que se respira en el ambiente, Quique decide sacar las canciones más detectivescas de su repertorio. Son momentos de alta intensidad en Sala Custom, de puro rock, revolución y cañonazos, historias de boxeadores, de ladrones y corruptos, de casinos en llamas, de fugados, de escopeta cargada junto a la mecedora. El ritmo no baja ni un instante mientras los pulsos de “Boli” Climent al bajo y de Edu Olmedo en batería, y los riffs de Edu Ortega y Quique González ponen la alfombra roja para los enormes solos de Pepo López. Son minutos de potencia, de tres guitarras eléctricas en el escenario. Se suceden los contundentes puñales de Kid Chocolate, Por caminos estrechos, Dónde está el dinero, Tenía que decírtelo y Jukebox.
Qué mejor razón que los quince años que ha cumplido uno de los discos míticos de Quique, Salitre 48, para recuperar algunas de sus canciones. Con La ciudad del viento y Salitre, más rockeras que sus versiones originales, la Sala Custom se convierte en una liturgia delirante, donde un gran público (nada de tópicos: fue realmente bueno, generoso en aplausos y sabiendo interpretar con furia y energía los momentos más rockeros, y con emoción y respeto los instantes más íntimos y acústicos) coreó de principio a fin la letra de ambas.
Llegan entonces los minutos más íntimos de la noche. Tras el apoteósico aplauso posterior a Salitre, los Detectives abandonan el escenario y Quique se queda únicamente con la compañía de Edu Ortega, una guitarra y un violín. Juntos interpretan En el disparadero, con una Sala Custom en un solemne silencio de admiración, con los ojos muy abiertos y el corazón encogido ante la emoción de esta preciosa canción.
La conjunción entre el violín de Edu Ortega y la guitarra de Quique es una simbiosis total. Nada tiene que envidiarle a los juegos de textura entre los violines de Scarlet Rivera y guitarras acústicas de uno de los mejores discos de Bob Dylan, Desire (Hurricane, Oh Sister, One More Cup of Coffe…) donde se recurre a este recurso con una elegancia y un diseño de melodías complementarias ciertamente sublime. Parece que el grado de emoción no puede subir más, que ya ha tocado techo, pero el punto álgido aún está por llegar. Quique invita a subir al escenario a Nina, que canta De haberlo sabido. El público sevillano con los vellos de punta, la sensibilidad en vena y el nudo en la garganta se rinde ante la magia de la cantante de Morgan, que nos araña el corazón con su voz.
Antes de encarar la recta final del concierto, Quique se queda por única vez totalmente solo frente al escenario, y armado con su guitarra y su armónica trae del baúl de Daiquiri Blues, Nadie podrá con nosotros, una canción entre las no habituales de esta gira.
Se acerca el cierre con la cara B de Me mata si me necesitas: el folk pasiego de Ahora piensas rápido; la velocidad de Orquídeas (con su coda final a lo Bruce Springsteen) y Relámpago, con los geniales teclados y hammond de David Schulthess; y No es lo que habíamos hablado, llena de soul con la intervención de Nina. La sinergia y la camaradería de la banda, de gran nivel, brillan más que cualquier luz. Sus buenas sensaciones transcienden en el público. El primer amago de huida del escenario se producía con La casa de mis padres, un rock de rabia y ausencia, de sentimiento de orfandad, donde el torrente de emoción y las heridas de Quique se pueden palpar con facilidad.
No se podían ir aún, así que los músicos vuelven a salir al escenario a tocar una buena ronda de bises. Pequeño Rock and Roll, Daiquiri Blues (estreno en la gira), Su día libre, Avería y redención, Clase media y Kamikazes enamorados. Quique González y sus Detectives decían adiós a Sevilla con el ambiente de cantina y fraternidad que crea una ranchera fronteriza como Dallas – Memphis.
La comunión entre público y artistas era tal que, una vez finalizado el concierto, tras todos estos bises, con la sintonía de la sala ya sonando y los músicos despidiéndose, Quique pidió con un gesto a los operarios que cortaran la sintonía: iban a volver para hacer una última canción, totalmente fuera de lo planeado. “Os la merecéis”, decía Quique con una amplia sonrisa de satisfacción y gratitud. Y los conserjes de la noche fue la definitiva despedida, tras más de dos horas de un espectacular concierto.
El músico de rock y cantautor madrileño, detective de canciones, se abrazaba a sus compañeros de trinchera, feliz ante las muestras de cariño y la satisfacción del trabajo bien hecho, marcándose unos bailoteos con Just A Little Misunderstanding de los Countours de fondo.
Quique González y los Detectives honraron al rock, a las buenas sensaciones, a las buenas canciones de ese espectacular repertorio, y sobre todo, honraron a Sevilla con su increíble show en la noche del viernes. Caso resuelto.
Esperemos que vuelva a sonar muy pronto el teléfono de esa misteriosa cabina entre la bruma…
Fotografías por Antonio Andrés Arispón Paco