Empecemos por lo grueso antes de entrar en lo fino, y digamos que el tercer disco de este ovetense es un paso adelante en su carrera.
Superada la obviedad, entremos en los detalles: Pablo Moro pertenece a una generación de músicos formada por gente como Alfredo González, Fabián, Manolo Tarancón, Pablo Valdés o Manolo Breis, que se han afanado en transitar por ese camino que Quique González y Nacho Vegas han ido construyendo (y cuyas bases sentaron Sabina o Moris) a caballo entre el rock y la canción de autor. Si fuesen norteamericanos se diría que son songwritters, o singersongwritters, pero en castellano carecemos de una traducción exacta, ya que los cantautores son otra cosa.
Pero en esta nueva entrega Pablo se separa de la moda country que impera por estos lares, y que afecta a muchos de los músicos citados, y huye del pedal steel para entregarse a su banda, “Los chicos listos”, quienes realizan un ejercicio de concreción y sobriedad, dirigidos magistralmente por Álvaro Bárcena.
¿Y en qué ha cambiado Pablo Moro? Si lo comparamos con su anterior disco, el excelente “Smoking point”, lo primero que resalta es el giro que ha dado Pablo en su forma de narrar historias. Si entonces la posición del músico era, en muchas de sus canciones, la de un narrador objetivo, un observador neutral, en “Pequeños placeres…” su mirada se hace introspectiva, ahonda en miedos, dudas y sentimientos, poniendo siempre la primera persona por delante. Se moja, se pringa y se embarra.
Este giro no es gratuito, ya que inunda los grandes temas que sobrevuelan la obra. Es este un disco de desencanto, madurez y resignación. Costumbrista e intimista. Un disco duro e intenso, implacable, que no hace concesiones. Para ello Pablo se vuelve más críptico en algunos textos, menos accesible.
En lo musical el disco aborda dos tipos de canciones. En las primeras Los Chicos Listos se lucen con el lado más rockero de Pablo, sonando potentes y engrasados, con las guitarras formando un muro de sonido sobre el que los teclados y los pianos van aportando texturas, y los bajos juguetean con sonidos funkies. Suenan clásicos, pero no antiguos.
La segunda tanda de canciones abordan tiempos medios, reposados y melancólicos, en los que la voz de Pablo toma protagonismo, y en los que la intensidad prima sobre la melodía, en un formato parecido al que utiliza su compadre Alfredo González.
¿Cambio a mejor?¿A peor?¿Paso adelante?
Que lo juzgue el propio oyente.