Tras cerrar 2019 con una exitosa gira por España y varios países de América Latina y mientras da las últimas pinceladas a lo que será su nuevo disco «La Sangre del Mundo», Muerdo nos ofrece un concierto único en un formato irrepetible que servirá de transición entre su anterior y su último trabajo
Las luces del teatro EDP Gran Vía no se apagaron del todo en ningún momento. La luz de la poesía, las canciones y la emoción se mantuvo encendida durante toda la velada. Fuimos nefelibatos/as durante lo que duró el repertorio.
Mientras observábamos cómo los músicos aparecían, nos fijamos en el ambiente íntimo y cálido del escenario. Lámparas redondas que decoraban el pedestal del micrófono, las sillas con estampado de leopardo que el propio artista había traído del salón de su casa, otra pequeña lámpara con forma de cactus, una bandera Mapuche (perteneciente a
comunidades chilenas y argentinas) y una bandera Whipala (que simboliza, entre otras cosas, la libertad) nos introducían en un ambiente ideal de domingo-noche.
Muerdo apareció en el escenario entre vítores: ya desde el primer minuto viene a cantarnos sus historias de libertad, amor y autoconocimiento; historias de salvación y de redención, de esas que queremos pararnos a escuchar para evadirnos y así llenarnos de buena energía.
Tras sus primeros temas ya entramos en calor. Nos llevábamos una grata sorpresa cuando apareció Pedro Pastor, gran amigo de Muerdo, para cantarnos a los/as que estamos despiertos/as.
El viento sopló y avivó la llama de Muerdo, que no logró volverse Invisible como el aire, al contrario: se metió al público en el bolsillo en cuestión de media hora y, sin quererlo, ya formábamos parte de su clima íntimo y de lo especial que se estaba viviendo en el teatro.
Canta a su Madrid, tan insufrible como insustituible, como decía Sabina. Lo hace, sin embargo, con melancolía. A modo de flashback recuerda los bares de las calles de Madrid que le han visto crecer, esos que acogen a poetas y cantautores/as y que son la base cultural de la escena de artistas emergentes (Libertad 8, Sala Búho Real, Galileo Galilei, etc.). Con este homenaje, manda fuerza a empresarios/as de la hostelería.
Con el ánimo en las nubes otra vez, Paskual Kantero nos recuerda una fecha especial para él: marzo de 2021, momento en el que pretende presentar su nuevo trabajo, del que
ya nos ha ido regalando a lo largo de este año algunos avances como: Contágiate, La Sangre del Mundo o Yo Pisaré las Calles Nuevamente. << A ver si este nuevo trabajo se puede presentar, por fin, entre besos y abrazos >> comentaba un ilusionado Muerdo.
Palmas a modo de percusión unen al público. En una de sus nuevas canciones, el grito de alguien de entre la muchedumbre aclama: <<¡Viva Chile!>>. Enciende esta voz la del artista, que responde: <<¡Viva Chile carajo!>> De esta forma, Paskual nos vuelve a demostrar su cuidado proyecto de mestizaje cultural, de mensajes de fe y amor que trascienden fronteras; mensajes de lucha social, de reivindicación de los orígenes. Canciones que mueven para propiciar el cambio.
Después, llegó el momento acústico: el murciano recordó a su amado maestro Eduardo Aute, quien hace 9 meses nos dejó. El tema nos dejó al público sin voz. Y no, en esta ocasión no pudimos contener la lágrima; escapó viva de ilusión, escapó al exterior por culpa de ese ambiente cargado de emoción. A medida que avanzaba la melodía, Muerdo desnudó nuestro ser y nos quitó las capas de cebolla para llegar a nuestro bulbo. Muerdo nos desnudó de sentimientos y nos los devolvió purificados, mimados.
Tras ese instante épicamente conmovedor, alguien del público grita: <<¡Feliz cumpleaños!>> Muerdo se ríe y con su risa volvemos a una realidad más ligera. Menudo plan para celebrar un cumpleaños, ¿verdad? Sigue con el formato íntimo propio de cantautor, y sin dejar de recordar quién es y de dónde viene nos canta a guitarra y voz su recorrido artístico en su tema Entre la Habana y Madrid.
Es el turno de la poética canción-poema: Vas a encontrarte. Un hito que yo, por lo menos, me pongo en bucle cuando me olvido de quién soy. Cuándo me quiero reconocer en el grito de esperanza de alguien sensible como yo. Muerdo agarra una de las lámparas redondas y la sostiene, y, nos muestra esa bola de fuego que somos, ese sol que nos calienta cuando vamos a perder todos los motivos: nuestra esencia luminosa. Nos ofrece la suya, pasando la esfera entre el público. Metafóricamente nos vamos encendiendo. Los/as asistentes empezamos a arder cuando nos toca ese rallito de luz y recuperamos esa fuerza vital a la que canta Muerdo.
No se olvida, a continuación, de agradecer de corazón a técnicos/as de sonido y a su equipo. Vuelve a agradecer a Víctor Martínez en la parte rítmica (C.Tangana, Guitarricadelafuente, Niño de Elche), Pablo Torres en los teclados, sintetizadores y programaciones y a Iker García en las guitarras.
Estoy segura de que quien estuvo presente sabe que nos marchamos Lejos de la Ciudad durante lo que duró el concierto. Saltamos de alegría como desde hace tiempo que no lo hacíamos con la Canción de Carretera, y nos fuimos a perder el miedo de la mano, también, de Mr. Kilombo que apareció para darnos una sorpresa.
Con el público en pie y brincando, el teatro retumbaba. Muerdo llamaba a una calma algo incontrolable. La euforia esporádica y la ilusión nos cegaba por momentos. De esta manera, hubo algún que otro toque de atención por parte de las personas de la organización.
El público aclamaba uno de los temas favoritos: Semillas, y junto con la ayuda de Sandra Bernardo, echamos hacia fuera lo malo y buscamos atraer esa buena energía mientras cantamos.que <<lo que no me hace bien, lo voy echando de mí>>.
Nos despedimos hasta el año que viene, y a modo de recorrido no hay mejor forma de resumir la velada que con un breve poema de nuestro querido Paskual Kantero. Lo que hemos vivido este 13 de diciembre ha sido como <<la lluvia de verano o un destello de sol en pleno marzo, caer entre tus brazos y sentir el placer de hallar descanso>>.