Los pachucos (término originario de la ciudad de El Paso, Texas) eran cuadrillas de jóvenes inmigrantes mexicanos de los barrios obreros en Estados Unidos, allá por los años 40 y 50, una especie de tribu urbana con una glamurosa estética propia, amantes del swing, pero que mantenían su tradición latina, así como su amor por los ritmos caribeños. Solían vestir el Zoot Suit, la elegante y chulesca vestimenta típica de los pachucos, con trajes de hombros anchos, pantalones de tiro alto, acampanados o bombachos, o ajustados, con tirantes (“tramos”) y con sombreros de ala ancha.
En ese mezcla de culturas se inspira “Pachuco”, el disco en el que el guitarrista valenciano Diego García, el Twanguero, explora el choque del mambo, el swing, el chachachá… llevándolo a un terreno actualizado, con el rockabilly y el surf, y con su inalienable sello twang; disco que vino a presentar el pasado sábado a Sevilla, en la Sala Hollander.
Más de hora y media de pura electricidad y ritmo inflamable para una oscura noche de lluvia, de frenético baile, de virtuosismo innato de uno de los mejores guitarristas del mundo (además de todoterreno, su bagaje abarca desde el rock de Calamaro al flamenco de el Cigala), de una guitarra que canta. Acompañado de un excepcional cuarteto formado por Frank David Santiuste, un pulmón inagotable, aportando el sabor más caribeño en trompeta y percusión; David Salvador, incontestable y enérgico en bajo; y Lauren Stradmann, pilar rítmico importantísimo, infatigable en batería. Una banda bien engrasada, inspirada y elegante, que tan impecablemente lograba sonar que parecía imposible que estuvieran tocando delante de nuestras narices: la calidad de los maestros que convierten lo difícil en algo sencillo
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El Twanguero saltaba una y otra vez desde el escenario y se perdía con su guitarra entre la fiesta del gentío… y entre el dinámico repertorio de Pachuco, que conectó desde el primer momento con el entregado y boquiabierto público, como un veneno que atravesaba para hacer bailar, se colaron “Guitarra dímelo tú” de Atahualpa Yupanqui, que desde su reflexiva nocturnidad poética desembocó en un final épico; una versión exquisita de “Hound Dog” (la mejor versión de este tema para un servidor, y ojo, que un tal Jimi Hendrix también dejó grabada esta canción) y “Gallo negro”, electrizante canción homónima al EP de continuación de “Pachuco”.
Diego es un verdadero investigador antropológico, un guitarrista viajero que toma el acento de la música que emana del suelo y del aire de cada pueblo, de cada lugar por el que pasa y la incluye en su acervo musical. Así lo demostró en un pequeño set acústico, en el que repasó con la Martin su trilogía de influencia americana, y buscó sin amplificación un silencio mágico con “Minor Rag”, “Spanish Rag” y “Carreteras secundarias”, esta última de su disco más reciente.
En tiempos de muros para separar a los hombres por sus acentos, el Twanguero volvió a demostrar al mundo que del mestizaje nacen las mayores riquezas. Ante tan increíble espectáculo, no quedó otra para los pachucos de la Sala Hollander que quitarse el sombrero ante el Twanguero, el rey Midas de la guitarra. Y con tanto gusto.
Fotografías Antonio Andrés