20-03-09
Situémonos. Estás en Barcelona, en el backstage de un viejo taller de coches, reconvertido en sala de conciertos, esperando para tocar ante, mas o menos, cincuenta personas. Teniendo en cuenta que estás presentando tu tercer disco, y que en Madrid llenas salas de medio aforo, la perspectiva no es muy alentadora.
Y te pones a pensar. A pensar en que tienes treintaytantos y sigues compartiendo piso en el mismo barrio en el que has vivido toda tu vida. El barrio en el que formaste aquella banda underground que ahora todo dios pone por las nubes. Pero a ti lo que te da de comer es Le Punk, no aquélla banda, cosa que algunos periodistas siguen sin entender. Y te acuerdas del otro guitarrista de aquella banda, que se está haciendo de oro con su grupo, mezclando a los Stones con los Beatles y Tequila. Y tú, tocando tangos…Además, ese otro guitarrista te “robó” al teclista de tu grupo, al tiempo que tu saxo se iba con un gallego con aires british que ahora vive en Argentina…
Y ahí estás tú, en ese viejo taller, en medio del Poble Nou, preparado para salir.
¿Y qué haces?
Salir y reventar la sala.
Así es Le Punk, así es Alfredo Fernández, uno de los grandes rockeros que nos ha dado la Alameda. Uno no sabe si definir a Le Punk como rock es insultarles o halagarles, ya que lo suyo sigue siendo una batidora de estilos arrabaleros, centroeuropeos, cabareteros y arrastrados, de los que han hecho su bandera. Pero lo curioso es que su último disco, “Mátame”, el más pop de todos, con canciones más clásicas, es con el que han dado en el clavo: “He vuelto a amanecer”, “Te llevo en el corazón”, “Quien se acuerda de mi”, y la dylaniana “Canción del soldado” pueden mirar de tú a tú a muchos clásicos del pop español. En estas canciones Alfredo se muestra como un letrista certero, filósofo existencialista de barra de bar que escupe verdades como puños. Fue con estas canciones con las que más se animó el público (escaso pero competente, respetuoso y alegre), que ya había bailado lo suyo con los temas más carnavalescos de Le Punk, muy bien condimentados por ese trío de vientos que también ameniza su última obra.
Sólo un “pero”: no tocaron “Vivir sin recordar”, lo cual debería estar penado con cárcel.
FOTOGRAFÍAS: Aria del Val