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La redención y la perdición en el pantano: Guadalupe Plata en Sevilla

Poradmin

May 16, 2016
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Guadalupe Plata pueden hacer lo que les dé la gana, pero no todos pueden hacer lo que hacen ellos. Partiendo de esa verdad incontestable todos los elogios que se le puedan dar al grupo no son ni de lejos regalados. Técnicamente lo primero que uno piensa cuando ve a Guadalupe en concierto es la injusticia del sonido de estudio, porque ellos son EL directo, pero no se queda ahí. Son el directo de la saturación, del sudor, del escalofrío, de la novedad en cada solo, y sobre todo el directo de las canciones que sabes cómo empiezan pero no como van a acabar, en un torbellino de feedback, ritmos primitivos y la pasión pura más desatada.

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La instrumental Funeral De John Fahey ponía las cartas sobre la mesa en lo que es la presentación perfecta de las habilidades e intenciones del grupo, para después comenzar el desatamiento de pies con El Boogie de la Muerte. Es curiosa la descarga de feromonas que resuman las canciones de los jiennenses y que invitan a bailar a morir a pesar de contar con las letras con las que cuentan, pero no es tan extraño si nos paramos a pensar en la pasión de los ritmos del delta unido al atosigado sonido del bajo y a la desatada batería. Porque antes de Elvis movíamos los pies con el rhythm and blues más negro, antes de este con el blues más enfebrecido, y aun antes de él con el tribalismo de una percusión austera y unas voces desgañitadas en el paganismo. Pasando por todo ello, allí es donde nos mandan canciones extrañamente sugerentes como Esclavo, Lorena (que volvía a hacer arder la Sala X ya en la recta final de concierto a base de coros, el solo especialmente desquiciado de Pedro de Dios y los cambios de ritmo que rompen caderas), o en la temprana Pollo Podrío.

Tras los primeros compases y la irónica armonía de la maraña de distorsión de la guitarra de Pedro, bombo y caja empezaban a sonar como un hachazo y la brutal Cementerio reventaba la sala. Más tarde volveríamos a esa primera toma de contacto del premonitorio primer EP del grupo con canciones del nivel de la excéntrica 500 Mujeres, Jesús Está Llorando o una embrutecida Baby Me Vuelves Loco, aunque la tónica general del concierto sería la presentación del último disco. La histriónica letra de Hoy Como Perro, el ritmo entrecortado de Mecha Corta y el histerismo que va construyendo Filo de Navaja hasta acabar produciendo la locura colectiva eran las primeras en sonar. Una locura que iba a seguir escalando con la dupla de la ya clásica Rata, coreada hasta la extenuación, y Huele A Rata, que va camino de lo mismo.

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A estas alturas del concierto Guadalupe tiene construido un ambiente del que nadie puede salir, asfixiante sí, pero reconfortante a la vez. Una luz roja continua nos recuerda donde nos estamos metiendo y lo que se puede producir en cualquier momento. A ellos no les hace falta ninguna palabra, no les hace falta recordatorios de setlist, bastan unas miradas y el grupo va encadenando ritmos y solos como una máquina. Un silencio y vuelve la distorsión, el ritmo frenético y la dolorida voz de Pedro con los primeros versos de Milana, otra de las imprescindibles del grupo, para subir luego aún más las revoluciones con Calle 24 y dejar los ánimos resueltos para el lento exorcismo de Tengo El Diablo En El Cuerpo.

Ya en el cierre de la noche, Demasiado y las imágenes siempre inspiradoras de Habichuelas del Oeste sonaban tras una pequeña pausa, mientras la impresionante en todos los sentidos Hueso de Gato Negro devolvía el histerismo a las gargantas, las mentes y los cuerpos para cerrar un ritual que consume las malas energías con el desquiciado ir y venir del blues más profundo. Guadalupe se despiden con ruido, el pantano de fondo ahogando las almas y el orgullo en la enfermedad, con el sentimiento de los que se saben perdidos pero saben que con ello ya han ganado. Porque aún con el concierto ya acabado no sabemos si lo que ofrecen Guadalupe es la perdición adelantada o una especie de redención a base de forzar aún más los límites, a base de, como decía un sevillano ilustre, “bajar hasta el infierno para comprender”. Quizá las dos cosas. De momento dejémoslo en liberación, sea en la forma que sea, aunque seguro que siempre a ritmo.

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Fotografía: Juan José González

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