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La cara B del rock´n´roll

Poradmin

Jul 30, 2009
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El conjunto madrileño Sidecars dio lecciones de rock’n’roll en un festival de talla pequeña. Ni la pésima organización, ni la ausencia de público impidieron que el grupo liderado por Juancho Conejo firmase una actuación de alto nivel. A cambio, el municipio de Poio mostró con toda su crudeza la cara B del rock’n’roll.

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Las Rías Baixas tienen alma de rock´n´roll. Las olas del Atlántico lamen la puerta de uno de los garitos más emblemáticos del rock en España, el Bar Náutico, en O Grove, donde han dejado noches memorables algunos tipos como Quique González, Piratas, Pereza, Julieta Venegas, Xoel López o Sidecars. Allí, sin previo aviso, cualquier noche de verano acuden centenares de jóvenes por si caen unas gotas de rock ´n ´roll. Es probable que los chicos de Sidecars llegaran a la ría de Pontevedra con esa imagen en el recuerdo. Pero alguien debió advertirles que al municipio de Poio no acude nadie que no haya sido citado con antelación.

Lo que podía haber sido una gran noche de rock, con la ría pontevedresa como escenario, se convirtió en un bluff del que sólo cabe destacar en mayúsculas la actuación de Sidecars. Tras un año pinchando música pop-rock, el pub Ronbla de Pontevedra cedió su nombre a un festival que tuvo lugar en la explanada de La Seca de Poio la noche del 25 de julio, coincidiendo con la celebración de la festividad del apóstol Santiago.

Con escasa repercusión en los medios, el Ronblapop anunciaba la apertura de sus puertas a las 17.30h para dar comienzo a las actuaciones sobre las 18.00h. El festival gallego presentaba una lista encabezada por los platos fuertes del día: los mallorquines que componen La Musicalité, el grupo valenciano Doctor Pitangú y, con un premio de la música debajo del brazo, los chicos de la Alameda de Osuna (Madrid) Sidecars.

Galicia parecía sonreir a los rockeros. Daba tregua a las lluvias y el día se presentaba cálido con una agradable brisa del Atlántico. En cambio, poco decía de la organización las escasas indicaciones para llegar al recinto. Lo que encontramos al llegar a Poio (una hora antes de la hora en la que tendrían que haber comenzado los conciertos) fue un panorama desolador lejano al sabor del rock. Ni rastro de groupies o de taquillas abarrotadas. En su lugar, un mercadillo donde vendedores ambulantes regateaban el valor de sus prendas. El sonido de una guitarra que estaba siendo afinada indicó el lugar más probable.

El aparcamiento de un campo de fútbol era el lugar improvisado donde tendría lugar el “festival”. Al fondo, un escenario pequeño con una acústica deficiente, más propia de una orquesta de pueblo que de un concierto de rock. Ni siquiera había un lugar habilitado para la venta de entradas. Ya era la hora a la que, supuestamente, Drama empezaría a calentar al público. Sin embargo, los chicos de Doctor Pitangú probaban el sonido. Tenían como público a un par de policías nacionales, algunos ancianos y otros tantos paisanos curiosos. La presencia de autobuses para facilitar la llegada al ayuntamiento de Poio fue inexistente; y, a falta de taquillas, un montador de escenarios vendía las entradas anticipadas por cinco euros. La organización brillaba por su ausencia. Y aquel parking pontevedrés parecía cualquier cosa antes que un festival de música.

PROBANDO A LO GRANDE.

Pronto reconocí la furgoneta blanca de los Sidecars y la silueta de Manu (guitarra y coros). “Llevamos tres horas aquí viendo volar a las moscas”, decía revolviéndose el pelo con desgana. Los cuatro integrantes del grupo mataban el tiempo con conversaciones telefónicas y paseos por los alrededores, acompañados por amigos de la zona. Varias coca-colas después, los Sidecars subieron sus bártulos al escenario. Haciendo gala de talento y profesionalidad, regalaron a los presentes una prueba de sonido que cualquier otro de los grupos habría querido como concierto. A pesar de que la acústica no les convencía, la prueba se abordó con la interpretación de varios temas de su cd, además de una versión de Los Ronaldos. “¿Crees que vendrá gente?”, preguntaba Juancho al acabar la prueba, mostrando su preocupación ante el panorama.

Después de ducha en el hotel, los chicos regresaron para actuar como el primer plato fuerte de los tres de la noche. Eran las 22.30h. Y había que anotar dos ausencias notables. Por un lado, César Pop , el teclista ocasional del grupo, que ya se encuentra inmerso en la preparación de la gira de Pereza. No es un imprescindible para el rock fresco y desenfadado de los veinteañeros, pero aporta madurez y experiencia gracias a años de rodaje. Por otra parte, faltaba Carles, el road mánager del grupo. Un gran profesional atento y discreto que se encarga de que todo esté en orden. A lo largo del concierto, el grupo echó en falta la presencia de ambos como nunca antes les había ocurrido.

Tras haber llenado la sala Sol y la sala Heineken, los chicos se mostraban desconcertados, muy lejos del cariño que reciben en Madrid, su ciudad natal. Desde el escenario, empapelado con patética publicidad de una marca de congelados, contemplaban la presencia de un pequeñísimo grupo de caras amigas que animaba al conjunto desde la primera fila, ante la pasividad de los cincuenta presentes dispersos por el recinto.

SOLOS EN LA RÍA.

Buenas noches, Galicia”, dijo el líder de la banda. Su eco llegaba a escucharse por toda la ría. Juancho (voz y guitarra), Manu (guitarra y coros), Ruly (batería) y Gerbass (bajo) arrancaron el concierto poniendo todo de su parte. Presentaron su álbum debut con el setlist habitual durante su gira Arnette. Presumiendo de las tablas ganadas, gracias a un promedio de cuarenta conciertos en un año, los jóvenes tuvieron el coraje suficiente para sacar adelante un concierto sin público. Y lo sacaron adelante con profesionalidad, sacando ganas, haciendo guiños a la fila única.

Un tipo elegante, Todo lo demás y Caradura rompieron el hielo sin hacer pausas entre los temas. Recordando a los primeros Ronaldos, abrieron la noche con melodías pegadizas, letras coreables, e inyecciones de rock que no duran más de tres minutos. “Somos pocos, pero fuertes.”, animaba Juancho antes de continuar con Veneno y Hierbabuena, temas que no pertenecen al disco y que suelen causar furor en directo. El público gallego ofrecía mucha resistencia, no se inmutaba y dejaba sólo ante el peligro al vocalista de la banda, que se esforzaba sin resultados por animar a los asistentes. Lo de asistentes, claro, es un decir.

El concierto había llegado a su ecuador y se confirmaba la pésima organización del festival era la responsable de un desastre de tales dimensiones. Tanto más lamentable cuando Galicia es tierra de rock, donde se valora a los grupos emergentes. Frente al vacío, Juancho tomó el mando de la situación. Demostró que no es sólo el hermanísimo de Leiva (Pereza), sino que su trabajo con exquisita profesionalidad le catapultará alto en el mundo de la música. A partir de ese momento, dio señal a sus compañeros de continuar el concierto sin preocuparse por la indiferencia del público. Los chicos empezaron a disfrutar. Chica fácil y Quiero fueron una demostración de rock, lejos del pop que exigen las radio fórmulas que aún no les han dado la oportunidad que merecen. Manu y Juancho alardearon de su complicidad con grandes solos de guitarra y riffs estonianos en posturas inverosímiles, emulando a Coque Malla. Ruly y Gerbass firmaron un gran trabajo poniendo ritmo trepidante a temas que avanzaban sin pausa alguna.

CLASES DE AFINACIÓN.

Los chicos de Sidecars dejaron las gamberradas habituales en la furgoneta y continuaron el show sin esperar a que el público diera la espalda a la hora de pedir un bis. Culminaron Piso 16 con algunas estrofas de Sábado a la noche de Moris. Y es que, a los Sidecars, el escenario de las fiestas de una aldea les viene pequeño. Los herederos de Burning y Tequila, se dejaron la piel en Muy bien. Hasta el punto de que, a una canción de despedir el show, Juancho rompió una cuerda de su telecaster. Con absoluta normalidad, el vocalista cambió de guitarra y la afinó en pleno concierto. “Mirad, se coge por el quinto traste…”, explicaba el proceso para hacer tiempo. El jugador, primer single de su disco, puso el punto final a la actuación de los chicos liderados por Juancho, un chaval de pelo revuelto que aún no es consciente de todo su potencial artístico.

Tras una hora de concierto, los mismos chavales que firman autógrafos dejaban libre de instrumentos un escenario en el que, horas más tarde, algunos Dj’s mezclarían reggaetón. Volvían al hotel, orgullosos de su trabajo. Saben que sus predecesores, Pereza, tocaron ante menos público en algunos conciertos desmoralizadores de la sala Siroco. Y saben que, años después, llenaron la plaza de toros de Las Ventas. Son conscientes de que todos tienen que pasar por experiencias semejantes y de que acabarán recordando entre risas el mal llamado festival Ronblapop.

El municipio pontevedrés de Poio enseñó a los rockeros una cara conocida hasta en las mejores carreras, la cara B del rock’n’roll.

 

www.galiaunplugged.blogspot.com

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