Esta madrugada se ha ido Javier Krahe, el genio, el poeta. En la costa gatidana, en Zahara de los Atunes, donde muchas veces pasó las noches entre guitarras y poetas, cantando hasta el amanecer. Se ha ido el mayor lujo de este país. El maestro. Nunca ha habido ni habrá otro como él.
Conocí su música en mi infancia. Recuerdo que mi padre ponía un disco donde se escuchaban copas caerse al suelo, y los cantantes hablaban entre canciones, y se oían las carcajadas del público. Probablemente, llegué conscientemente a su música años más tarde, cuando de la mano de Joaquín Sabina le puse nombre a aquel disco, que se convirtió en uno de mis favoritos: la Mandrágora. El humor ácido, la sátira, su ironía, su espontaneidad, su filosofía, la lírica de sus textos, me ataron a seguir descubriendo la figura de Javier Krahe. “Javier… ¡Javier! ¡Javier! Alguien que le avise, por favor, es que nos hace falta. Ah, que no saben quién es…un chico calvo que canta.”
Me sumergí en sus canciones. Escuché todos sus discos, seguramente, entre mis preferidos “Versos de tornillo”, “Dolor de garganta y “Las diez de últimas”, el que ha sido su último álbum; leí y vi mil entrevistas, documentales; y descubrí la que es, subjetivamente hablando, una de las mejores canciones escritas en español: “Nos ocupamos del mar”.
En el invierno pasado vino a dar un concierto a Marinaleda, en la sala Palo Palo y me desplacé hasta allí para verle. Será uno de los conciertos que nunca olvidaré en mi vida. Fue un señor, explicaba (o “desexplicaba”) cada canción, bebía whisky rebajado con agua, nos hacía reír con sus testimonios serios y nos regalaba sus versos acompañado de sus músicos de toda la vida. “Muchas gracias, me retiro a mis aposentos”. Y entre aplausos, se despidió del escenario. Esperé unos minutos tras el concierto, para ver si podía saludarle personalmente, pero la distancia y el tiempo que suponía el trayecto de vuelta a casa hicieron que no aguantáramos lo suficiente, y nos marchamos.
Esta mañana, mientras visitábamos a mi abuela, en voz alta, mi padre leía en el móvil la noticia, a la que yo sólo pude responder con un atónito e incrédulo “¿sí?” No sabía que Javier Krahe fuera un hombre que pudiera morirse. He llegado hace poco a casa y he visto las noticias para ver qué decían. Le dedicaron unos minutos, con imágenes de los 80 cantando “Marieta”. Pero todo tiempo que le dediquen, todo homenaje que se le rinda, me parece escaso, pobre, insuficiente, tardío. Javier Krahe siempre fue uno de los mayores tesoros de la cultura española contemporánea. Un genio, como músico, como poeta, y sobre todo, como ciudadano, como persona.
Era el hombre serio más gracioso que jamás existió. Fuera de Javier Krahe todo parece superficial y frívolo. “No entiendo por qué hay que temer a la muerte. Te mueres y ya está, no pasa nada. Es que me parece muy normal. En mi familia es una tradición morirse”.
El 12 de julio será para siempre el día que murió Javier Krahe.
Los finales no se pueden prever, simplemente suceden. Nunca te merecimos.