Otoño en Sevilla. Ya ha oscurecido en el Pumarejo. La noche, tibia, invita a los vecinos a bajar a la plaza. Un niño pequeño cruza la calle en patinete, de aquí para allá, perseguido por las advertencias de su madre; el bar de la esquina se va ambientando con gente de pie en las puertas, un tipo sale diciendo que España está goleando y jugando bien; una señora habla a voces por teléfono móvil; otros vecinos charlan sentados en los poyetes; otros, esperamos a que se abran las puertas de la Sala, y Jorge Marazu, sentado en la terraza de un pequeño bar, apura su cerveza antes de encender un cigarro.
Este ambiente, castizo y familiar, en la previa del concierto, es la primera muestra de lo que ocurrirá a continuación.
En este viernes de octubre, el cancionista abulense Jorge Marazu, viene a Sevilla presentando sus canciones por primera vez, a plantar una semilla que a base de sol y riegos se convierta en una flor capaz de dar fruto, es decir, que sean muchos más los conciertos que ofrezca en esta ciudad. La excusa perfecta para tan esperada cita: enseñar al público sevillano las canciones de su segundo disco, “Escandinavia”.
Se abren las puertas de la Sala. La Sala es un pequeño saloncito con mesas y sillas antiguas, como las de los clubes de jazz neoyorkinos, con un escenario menudo y coqueto, con ventanas iluminadas en diferentes colores. Las paredes del local desprenden música, desprenden versos, adornadas con carátulas de discos de los cantautores más representativos de la bohemia: Joan Manuel Serrat, George Brassens, Javier Krahe, Pedro Guerra…una atmósfera perfecta para que se alineen los astros y, conciertos íntimos, como el de Marazu, se conviertan en una noche mágica.
Vestido de oscuro, con sombrero gris, Jorge Marazu sube al escenario, armado únicamente con su guitarra, dispuesto a desnudar sus canciones, a desvestirlas de arreglos, y enseñarlas tal como llegaron al mundo. El concierto se abre, al igual que su último disco, con una frase que bien resulta ser una carta de presentación perfecta, “éste soy yo, preso de un impulso irracional”, ¿y qué es un músico sino alguien cautivo de un impulso totalmente irracional por mostrarse en sus canciones? Con esta honestidad brutal comienza “Hiroshima”. Luego, se abre el repertorio del anterior disco de Marazu, “La colección de relojes”, con “Enredadera”, “Recuerdo Crónico” y la bluesística y desgarradora “El Rol”.
Hay una tremenda conexión entre público y artista, simbiótica. Se nota, en lo positivo y en lo negativo, que es la primera visita a la capital hispalense. En lo positivo por la expectación del público asistente, que como Marazu diría “estamos los que tenemos que estar”, un público emocionado que se sabía de memoria la melodía de cada arreglo del disco y era capaz de silbarla sobre los acordes de la guitarra, un público que anticipaba cada verso del abulense. En lo negativo, se hace evidente una indiscutible asignatura pendiente de la ciudad de Sevilla: conocer la música de Jorge Marazu, uno de los mejores compositores españoles actuales.
El resto de canciones de “Escandinavia”, incluida su homóloga, van apareciendo en la noche: la tierna “Haces bien”, compuesta con la colaboración de su amigo César Pop; “Media vuelta”, que entre risas, Jorge nos confiesa como “la más dinámica de la noche… y ahora veréis. Imaginad como serán el resto”, “Intergaláctica”, “El valiente Desesperaux” con su alma de blues y su cadencia soul… Marazu nos promete una sorpresa sevillana para luego. Suena también “Adiós”, para un servidor, su canción más emocionante. Un bolero con rumor coplero y sabor añejo, donde Marazu se desenvuelve como pez en el agua, como ya demostrase con su anterior proyecto “La ruta de los Colmaos”. Canción redonda que bien podría ser un clásico del género.
La influencia de ese anterior proyecto coplero, con el magnífico guitarrista Toni Brunet entre otros, en el que ofrecían versiones de clásicos de la copla con aires de blues, y el gusto de Marazu por nuestro folklore, sirven como excusa para cantar algunas versiones… homenaje a Carlos Cano con “María la Portuguesa”, un pedacito de “Toda una vida” para honrar a Machín, “La Bien Pagá”… Marazu es capaz de imprimir en cada una de ellas su estilo y su sello propio, de acercar giros del blues a su forma de interpretar copla.
Llega también la sorpresa de la noche. Uno de los momentos más especiales. Nadie en el mundo, salvo las mesitas allí ocupadas y los camareros de la Sala, podrán vivir aquella magia suspendida en el aire. Debo admitir que dudaba sobre si contar esto o reservarlo, por puro romanticismo. Esto no estará en Youtube. Somos los privilegiados. Un regalo precioso para los que disfrutamos de aquel espectáculo tan íntimo. Confesando su amor innato hacia Sevilla, nos presenta una canción nueva, un híbrido entre jota y zamba argentina que habla del amor a una sevillana en las calles del barrio de Santa Cruz, con una letra que bebe de una de las influencias líricas más queridas por Marazu, la pluma del poeta Antonio Machado.
Con “Miedo”, Marazu haría el primer amago de dejar el escenario. Pero la unión entre el artista y el público es una realidad, y a los dos se nos ha hecho demasiado corto el magnífico concierto. Entonces, el abulense improvisa varios bises, encadenando versiones de grandes compositores, como de Joan Manuel Serrat, cuya foto en la portada de “Cada loco con su tema” observa desde las paredes de la Sala cómo Jorge Marazu cierra su concierto con su “Es caprichoso el azar”.
Bajo el escenario…Jorge actúa con la misma calidad que sobre él, y con ello, hace la noche redonda. Nos saluda y atiende a los allí presentes, firma discos, y podemos charlar. Hablamos de blues; hablamos de Waits; de Calamaro y “El Palacio de las Flores”, enamorados de esa canción “Tengo una Orquídea”; hablamos de sus planes de volver a Sevilla, incluso de residir aquí; de su gira; de madres amigas que viajan con sus hijos músicos en las giras…
Concierto de lujo, intimísimo, familiar, cercano, casi privado.
Marazu planta una semilla en Sevilla, que ojalá sean frutos cuando vuelva. Y sin duda, deja una flor en la solapa de las chaquetas de todos los que allí estuvimos. Marazu, muy castellano y muy orgulloso abulense, se confiesa también sevillano. Y es que Marazu, es sevillano.
Afuera en la ciudad está naciendo la madrugada. La plaza del Pumarejo se torna más vacía. Ya no está el niño pequeño jugando con el patinete vigilado por su madre, ni los mismos tertulianos sentados en los bancos, ni la señora que gritaba a un teléfono, ni los mismos parroquianos de bar, y el fútbol ya ha acabado… El tiempo ha seguido su curso en las calles. Pero, durante unas horas, el tiempo se ha parado en la Sala, gracias a la magia de Jorge Marazu, el sevillano de Ávila.
Reseña de “Escandinavia” de Jorge Marazu, en Musiqueando
Fotografías: Antonio Andrés Arispón Paco