Salió acompañado de su banda, sobre un escenario sobrio y elegante, sencillo, con una bola de discoteca que dio mucho juego a lo largo de la noche gracias a los reflejos de las luces, se colocaron frente al público y nos deleitaron con una coreo ensayada que ya nos hizo sonreír desde el principio para ir desfilando hacia sus puestos y arrancar con Bailar en la cueva, single que da nombre a su último disco y a esta gira. Tras saludarnos y recordar su primer concierto en Sevilla, junto al parque y una discoteca… nos encontramos con su Esfera y ese medio de Transporte con el que ya empezamos a corear al uruguayo. Confesó que “a todos sitios donde voy tengo que explicar lo que significa Cádiz para mí, aquí creo que no hará falta”, y es que en 2003, Drexler fue el segundo pregonero no español después de Cantinflas en 1984, que se dice pronto, por lo que no es de extrañar que le dedicase a Dani Obregón su Cai, creo que caí; con el que desde luego a nosotros sí que nos hizo caer rendidos a sus pies.
Desde nuestros asientos pudimos escuchar a Las transeúntes y sentir aquello que todos y cada uno de los presentes hemos visto en Drexler para estar tan entregados a su música. Al explicarnos que en 1992 su concepto de lo bailable era La luna de espejos, también incitó al público a que se levantase y diera rienda suelta a sus pies, lo cual unos cuantos atrevidos tomaron al pie de la letra y agarraron a sus parejas por la cintura para marcarse este lento abrazados y con Drexler cantándoles en directo. Esto no ocurre todos los días, realmente había que aprovecharlo. Casi casi en la mitad de la velada llegaba ese tema tan especial, Sea lo que sea, seguido de Guitarra y vos a la que gentilmente acompañamos silbando la melodía mientras se recitaba una letra de Rubén Darío. ¿Emotivo? Tendríais que haberlo vivido…
Llegó el momento de quedarse sólo frente al público, pero no pareció importarle, es más, parecía realmente emocionado con la presencia, por primera vez en esta gira, de sus dos hijos a los que dedicó Organdí y Noctiluca. Y oímos una voz, sí, sólo una voz, sin guitarra, sin bajo, sin saxo, tan sólo con su voz nos susurró Al otro lado del río para retomar de nuevo su guitarra y escuchar al público que le pedía, por qué no, La edad del cielo. Dicho y hecho. Si había que cambiar el setlist, se cambiaba a petición del público, como hacen los grandes.
Y aunque Todo cae, su banda salió para acompañarlo de nuevo y continuar con La plegaria del paparazzo, y comenzar la recta final con Data. Ya desde el principio nos avisó que no todo el concierto nos dejaría permanecer sentados, que había que bailar no sólo en la cueva, sino también en el Maestranza y con qué mejor tema que con Deseo para luego despedirse con Bolivia, esa tierra que tanto le ha dado.
Pero resulta que no teníamos ganas de volver a sentarnos, ni tan si quiera de irnos, y aplaudimos y aplaudimos hasta que salieron de nuevo para llevarnos por los Universos paralelos y La luna de Rasquí. Parecía una despedida, pero aún teníamos ganas de más y salió a hacer un último brindis, copa de vino en mano, con Todo se transforma y Me haces bien para poner un punto final perfecto a su debut en un Maestranza que lo despedía en pie y hasta la próxima.
Fotografías: Rocío Castro