3 de junio, Sala Moby Dick (Madrid)
Tener un grupo de rock es una heroicidad. Por encima de las tendencias, más allá de las modas, siempre sobreviven unos cuantos tipos armados con guitarras, ataviados con botas vaqueras y vestidos de negro, parapetados tras la actitud chulesca y la crónica urbana y revestidos de adrenalina masculina.
Esto es lo primero que se me venía a la cabeza tras presenciar la actuación de los zaragozanos Hotel en la sala Moby Dick. Un quinteto que bebe del rock clásico y que empeña en dejarlo claro en las composiciones, en la forma de cantar, en los argumentos de las letras y en la actitud sobre el escenario. Después de ya casi dos décadas de indie kids mirándose los zapatos mientras tocan, sorprende ver a unos tipos que saltan a un escenario pequeño mirando a los ojos al público, buscando al tiempo apabullarlo y seducirlo. Vale que a veces puede ser sonrojante, puede que la actitud devore al músico, pero en este caso es una bestia bien dominada. Para lograrlo, sus argumentos pasan por canciones como Problemas de rock’n’roll, que supuran al tiempo la herencia de Marc Bolan y los Stones con la modernidad vacilona y desabrida de Pereza.
El grupo sonó compacto y bien engrasado, con los teclados de Beatriz Pérez aportando un poco de sutileza a un formato clásico con dos guitarras. En temas como Muescas en la pared el grupo casi evoca al Dylan de Desire, demostrando que si se lo proponen pueden ampliar sus referentes sin perder el componente rockero. El público, escaso, terminó por meterse en esa fantasía que es un concierto de rock, esa comunión con los músicos, la conformación de una comunidad imaginada. Cuando, tras una hora de rockanrollear, cerraron con una versión de Esto es un atraco nena, de Burning, la audiencia ya comía en su mano.