Lo cierto y verdad es que, en la comparación con la edición pasada, creo sinceramente que gana por varios enteros la de 2.014. El espacio del festival estaba reorganizado de tal manera que las tiendas de merchandising se disponían en un lugar fuera del recinto de conciertos. Era de paso obligado, por lo que los vendedores no veían mermados sus potenciales clientes, pero es que, además, las mismas tiendas creaban un entorno encantador en forma de plaza de pueblo (rotonda y fuente incluidas). Era como ir de compras a Villa-Hell.
Tanto esta plazoleta como el acceso al festival estaban adoquinados, el espacio interior del festival cambiaba un suelo con muchas piedras por otro más limpio de estas y con una capa de restos de pasto, lo cual agradecíamos nosotros y nuestro pies. Incluso había algo de césped y aún se podían disfrutar de las sombras de los árboles en la zona junto a los puestos de comida.
En cuestión de horas las proximidades de los escenarios volvían a ser suelo de pura tierra que se levantaban en polvo bajo los inquietos pies de los moshers, pero esto no puede ser de otra manera. Un festival de alto octanaje como este es caldo de cultivo para constantes pits y hasta walls-of-death.
Puestos que ofrecían tapones para oídos, tenderetes de los patrocinadores (como la revista EMP), un par de grandes zonas donde pedir comida, múltiples bares por doquier (y sus respectivos bancos de “tokens”, que era el dinero del festival) y varias tiendas que vendían el merchandising oficial del festival y las bandas (y que creo que acabaron haciendo Sold-Out con prácticamente todo). También aumentaron los módulos de inodoros y se colocaron urinarios más grandes, de tal manera que había que esperar menos para los servicios.
Se mantenían las sesiones de firmas de bandas y hasta la entrada hacia la zona VIP se había renovado, colocando una calavera (que recordaba a las que llevarían los Suicidal Tendencies o los Dr. Living Dead) de enormes dimensiones y en relieve. Todo ello redundaba en la estética que seguían manteniendo los módulos de servicios, el famoso árbol metálico en la entrada del recinto, los elementos decorativos “infernales”, el gran cuervo que presidía el monolito donde se informaba de los horarios de los conciertos y hasta la enorme noria que ahora ofrecía la posibilidad de disfrutar de la vista desde las alturas.
En fin, que imagino que el Hellfest debe ser un negocio bastante lucrativo, dadas las hordas de metalheads que todos los años compran la entrada y se gastan la pasta dentro del festival, pero también hay que tener en cuenta y agradecer que la organización emplee parte de sus ganancias en mejorar el festival. Tanto en lo musical como en el acondicionamiento y comodidades del recinto. Supongo que esta mentalidad ha sido la que ha encumbrado al Hellfest como uno de los grandes festivales de toda Europa en apenas unos años.
Aún habría alguna cosa que mejorar, como poner alguna zona más con sombra o intentar aumentar el aforo de la carpa The Valley, pero el resumen es que: mucho y bueno en el Hellfest 2.014. Ha sido toda una gozada el poderlo disfrutar.
Pasamos ya a lo que fueron los conciertos en sí, y empezamos por el principio. Había colas para entrar en el recinto a eso de las 11 de la mañana. Gran expectación, por tanto, ante lo que el Hellfest podía ofrecer en esta edición de 2.014. Era un poco temprano para mi gusto, pero quería echarle un vistazo a Angelus Apatrida. La única aportación española a este cartel de ciento sesenta y pico bandas, se me antojaba demasiado escasa. Eso sí, dentro de los candidatos a esta representación, creo que los Angelus Apatrida eran un acierto. Lo que no lo fue era la hora.
Sinceramente pienso que Angelus Apatrida es una banda que se merecen un poco más que ser la formación de apertura del Hellfest y, por ende, la que potencialmente menos espectadores podría acaparar. Se han sabido currar una carrera que les ha proyectado internacionalmente por Europa y les han reconocido la enorme calidad que manejan, entrando en múltiples carteles de festivales importantes y siendo promocionados en relevantes publicaciones del mundillo.
Sí es verdad que los albaceteños no inventan nada. Lo suyo es el Thrash clásico que podría oírse en los mejores tiempos de Megadeth o Testament. Y que también se podría escuchar en la celebración del Hellfest 2.014 en los conciertos de Annihilator o Death Angel, por ejemplo.
Con las primeras (de las pocas) canciones que descargaron se entreveía esto que os comento. Un montón de caña con las guitarras aceleradas de Guillermo y David más la potente batería de Víctor. Buen bajo de José y la voz desgarradora del propio Guillermo. “Violent Dawn” y “Of Men And Tyrant” fueron estas iniciales de lo que se convertiría en un breve pero completo repaso a una discografía de cuatro Lp’s, y a la evolución de su sonido más que de su estilo.
Tengo que reconocer que no me encontraba entre el buen puñado de aficionados que se atrevieron a desafiar al sol de justicia que caía casi sin sombra, acercándose al Escenario 2 para deleitarse con los españoles (seguramente muchos de ellos también lo serían) pero se armó un buen jaleo auspiciado por las ganas que pusieron Angelus Apatrida de agradar y convencer.
“Vomitive” y “Give’Em War” continuaban el setlist como dos de sus clásicos. Mucha tralla, Thrash a todo trapo y los hermanos Izquierdo (y compañía) sudando la gota gorda para aprovechar la media hora que tenían.
Yo andaba más bien merodeando y curioseando por el recinto, viendo un poco de todo lo que habían montado para este año. Pero vamos, que “You Are Next” y “Blast Off” eran una ambientación perfecta para empaparse del Metal del entorno.
El final del tiempo de Angelus Apatrida lo emplearon con “Legally Brainwashed”. Fue un concierto corto y conciso, preparado y ejecutado para convencer en poco tiempo a todo el que se tomara el lujo de disfrutar de ellos.
No olvidemos que esta banda se presenta en los festivales españolas como uno de los nombres importantes del cartel y, si bien en Francia no cuentan ni de lejos con la repercusión que tienen aquí, ellos tocan al menos igual de bien.
La elección de cortes no admitía demasiadas discusiones, pues todas ellas forman parte de su elenco de clásicos, pero personalmente quizás hubiera terminado con “Thash Attack”. Otra incuestionable y que hubiera servido como colofón y declaración de intenciones, dedicada a todos los thrashers del Hellfest.
Por lo que parecía, este año el festival iba a contar con un tiempo mucho más soleado de lo que ha sido en los últimos años, así que había que tomárselo con un poco de calma. No había que quemarse muy pronto. Un poco de relax y cerveza hasta que llegó el turno de Satan.
Bueno, realmente pude ver el final de actuación de Fueled By Fire. El cuarteto californiano que también le daba bien duro al Thrash. Californianos pero de clara ascendencia latina, se enfrentaban a las horas tempranas del Hellfest de manera similar a los Angelus Apatrida: con ganas de convencer y auspiciados por una horda de thrashers, tal vez no muy numerosa pero sí que activa. Los circle-pit se iban abriendo paso entre el público para ir haciendo cuerpo. Esto sería una constante durante todo el festival.
Les oí “Obliteration” (del “Trapped In Perdition”) y “Eye Of The Demon” (del “Plunging Into Darkness”), aunque supongo que también caería algo del “Spread The Fire”. Un Thrash muy, muy clásico y que podría ser manufacturado en la mismísima Alemania, aunque con unos cambios de ritmo muy sentidos para destacar el punteo. La voz costumbrista del género por parte de Rick Rangel y la base rítmica de Carlos Gutiérrez y Anthony Vasquez, todo ello muy interesante y efectivo, aunque para mi gusto era Chris Monroy el que daba los destellos de mayor calidad a través de su guitarra.
Tenía pintas de haber sido un directo entretenido y de formas cuidadas pare el género. Tal vez un poco tempranero para dejarlo todo sobre el terreno aún por parte de los aficionados, pero fenomenal para ir calentando el ambiente.
Y pasando a los Satan que mencionaba antes, era tiempo de revivir la historia de la NWOBHM. Esta sería protagonista más tarde con los cabezas de cartel del viernes (Iron Maiden), pero ahora teníamos un suculento aperitivo con una banda que explotaba este sonido como el que más.
Muchos viejos rockeros y algunos curiosos para ver a una banda que, igual que pareció pasar sin pena ni gloria en su época, lo mismo hubiera podido triunfar si le hubiera acompañado la suerte. Si metían buenos ritmos y la energía que cualquier gran banda debe preciarse de ofrecer, supongo que la multitud de grupos del género diluyó su presencia y opciones de destacar.
Pues con temas como “Trial By Fire” o una “Blades Of Steel” aún más jugosa en la melodía, Satan se reivindicaba sobre la tarima del Escenario 1. La formación era la clásica, con 35 años de música a su espalda (aunque Satan se tomó vacaciones entre el ’88 y el ’04).
Las guitarras de Steve Ramsey y Russ Tippins volvían a dejar ritmos geniales. Algunos, como los de “Time To Die” del actual “Life Sentence”, no era un clásico del “Court In The Act” o del “Suspended Sentence”, pero creo que “Life Sentence” tiene cortes muy afortunados. Con detalles más actuales en su sonido, pero igualmente válidos en la NWOBHM.
Brian Ross se presentaba con la edad marcada en su cara, pero con el antiguo aspecto de rockero convencido y de enorme voz. Era un gustazo como se manejaba igual en una “Twenty Twenty-Five” muy pegadiza o en la más esencial “Break Free”. Incluso puedo decir que me gustó más “Twenty Twenty-Five”, con unos compases más acentuados por la batería de Sean Taylor.
Después venían las guitarras de “Oppression”, con unos desarrollos brutales que mantenían la tensión durante minutos. Aquí el protagonismo era de Ramsey y Tippins al unísono, con la ayuda de la voz de Ross. Creo que el público supo reconocer el gran trabajo a las cuerdas de la banda británica, que estaba dejando el Mainstage 1 lleno de melodías ochenteras de enorme gusto, para deleite de los sibaritas de los sonidos añejos.
“Testimony” se presentaba más fugaz, más rápida en ritmo y ejecución y la encontré como un buen preámbulo a lo que, sin duda, fue lo mejor de su recital. “Alone In The Dock” fue una delicatesen en toda regla. El fondo del tema bien afianzado en la batería de Taylor y el bajo de English y preparando el terreno para otra sobresaliente actuación de las guitarras. Unos cambios de ritmo deliciosos como puentes entre melodías sólidas y encantadoras para los riffs y los solos. Todo con la inestimable voz de Ross en plenitud de aptitudes. El final en sí de esta “Alone In The Dock” fue esplendoroso, con la guitarra desbordando el escenario a la vez que Ross metía un agudo final. ¿Resultado? La piel de gallina.
Y luego pasábamos al Escenario 2, para volver al Thrash… más o menos. Toxic Holocaust esperaba para deleitarnos con ese Thrash pasado de revoluciones o Crossover un tanto retenido (a veces); como guste.
Un power trío de estética escueta, bastante sobria y directa al grano (más allá del pelo de Joel Grind); más o menos lo que también ofrecían en su música. Ellos iban a lo que iban y eso era tocar más de una docena de temas en menos de tres cuarto de hora.
Toxic Holocaust lleva funcionando unos 15 años y han hecho más singles y participado en muchos más splits que Lp’s han grabado. Seguramente esto da idea de la pretensión de Grind y compañía acerca de lo que es este proyecto: una banda para tocar y divertirse a tope. Esa, al menos, es la fama que se han ganado. Un buen puñado de camisetas de Toxic Holocaust podían verse entre en nutrido grupo de metalheads que se agolpaba en las inmediaciones de donde tocaban estos tres tipos de Oregon.
El nombre del grupo ondeaba en una bandera que quedaba bastante pequeña en comparación con el espacio del fondo del escenario. Era todo secundario, excepto la tralla que metieron desde que se arrancaron con “Metal Attack”.
Rapidísima en las cuerdas de Joel Grind y Philthy Gnaast, y machacona en las baquetas de Nikki Rage. Ligeramente más que la siguiente que sería “In The Name Of Science”, aunque esta última era algo más dinámica en los cambios de ritmo.
Pero vamos, que el resultado sería más o menos el mismo con una, con otra o con la mismísima “Awaken The Serpent”, que contuvo un plus de brutalidad que terminó por despertar a las bestias de entre los espectadores. Un pit que levantaba el polvo del suelo terrizo (me temo que la hierba duró lo que duraba al paso del mismo Atila), formando una suerte de tornado al girar de los moshers en el interior. Espectacular sinergia entre banda y público que parecían olvidarse del calor, de la hora y de todo. Era el despertar de la serpiente en su nido.
Algo más tranquila empezó “I Am Disease”, siendo probablemente el tema más largo del repertorio y con una estructura más clásica en su composición. De cadencia más reposada para lo que es Toxic Holocaust la mayoría de las veces, me recordaba a algún temilla de los Slayer, de esos que mantienen la tensión hasta que estallan con desenfreno. Seguramente lo peor de “I Am Disease” es precisamente que, aunque suena dura, no termina de romper en toda la agresividad que la banda es capaz. Resultó casi una intro (muy larga) de “War Is Hell”. Esta sí que desbordó desde la primera nota.
Eso sí, a partir de aquí creo que el Crossover se apoderó del sonido de los americanos. El Thrash se presentaba para dar momentos de mayor musicalidad, pero la vertiente más speedica del sonido de Toxic Holocaust favoreció que las hordas de impetuosos metaleros vieran satisfechas sus ansias de velocidad y agresivo desafío a todo lo que no fuera la música de estos tres tíos.
“666”, fácil, directa, con un bajo estupendo. Y luego “Endless Armageddon” para llegar a la mitad del concierto. Uf, esto prometía acabar muy cansado.
Muy en la honda de esta última anduvo la siguiente “Wild Dogs”. Íntimamente unidas en un sonido que gustaba aún más con los destellos de guitarras sencillas pero efectivas en los dedos de Mr. Grind.
“War Game”, “Death Bring Death”, “Agony Of The Damned”… Seguramente ninguna pase a la historia de la música por su composición, pero había que estar frente al escenario, pasando calor en esta tarde de viernes festivalero en el Hellfest 2.014, para saber que valía la pena (y mucho) gozar con estos cortes tan cañeros y destinados a oírse en un vivo y directo como este. Por cierto, que de los tres mencionados, para mí se lucieron especialmente en el tercero.
Philthy Gnaast gustaba de poner una pose tan genuina que me recordaba al mismísimo Mike de Destruction. Todo un referente del género.
Un ritmo más cachondo me pareció oír para “The Lord Of The Wasteland”, con la batería menos lucida que lo que había sido en todo el rato previo, pero no pareció importar mucho entre el público. Menos en el pit.
“Bitch” y “Nuke The Cross” fueron los últimos trallazos con los que Toxic Holocaust intentaron hacer valer su reputación de banda a la que le gusta meter caña y pasarlo en grande tocando, por encima de todo lo demás.
Ah, y si no lo he mencionado en la crónica, me encanta la voz de Joel. Es exactamente la que necesita su música.
Breve incursión en el Altar para echarle un oído a Loudblast. La verdad es que tan sólo escuché las dos primeras canciones de los franceses, que pasan por ser una de las bandas punteras de país en lo que Death Melódico se refiere.
“A Bloody Oath” y “The Bitter Sea” fueron los cortes.
No había oído gran cosa previamente de estos tipos a pesar de que se curran, como decía, un Death Metal con bastante melodía y algunas reminiscencia Thrash que intenta competir con los grandes nombres de Escandinavia.
Algunas guitarras de sonidos interesantes en manos de Stéphane Buriel (también voz) y Drakhian, apoyados en la batería de Hervé Coquerel y el bajo de Alex Lenormand. Seguramente se merezcan una escucha más detenida, aunque el arranque me pareció bastante lento. Al minuto aceleraban el ritmo, pero los cambios se hacían constantes. Pasaban de muy pesado a vertiginosos, aunque la voz era siempre gutural.
En “The Bitter Sea” parecía más genuinamente thrasher en su fondo, pero aun así no consiguieron engancharme lo suficiente como para quedarme a verlos en el resto de su tiempo. Pero seguro que no faltarán a próximas ediciones del Hellfest.
Mucho más atento estuve para el show de los Method Of Destruction: los mismísimos M.O.D. Podríamos decir que es la banda heredera de los insignes S.O.D. por el vínculo creado por su vocalista Billy “Mosh” Milano.
Desde un principio quedó claro este nexo, ya que la primera de los M.O.D. fue una de los S.O.D. Arrancaba el concierto con “Aren’t You Hungry?”, como declaración de intenciones al preguntar a la concurrencia si tenían hambre, si tenían realmente ganas de su música.
Stormtrooper Of Death son un grupo con una fiel legión de seguidores por doquier. Resultan un claro referente en el Thrash-Crossover de su tiempo y aún ahora, y seguramente Method Of Destruction es lo más próximo que podamos estar muchos de vivir un show de aquellos. Lo mismo pensarían los otros congregados, que fueron muchos y con ganas de jaleo.
Billy se presentaba con su oronda figura y muy barbudo, sobre unas tablas calientes por el sol y que se caldearon aún más por la descarga sonora que hicieron durante 50 minutos. “Get A Real Job” daba inicio a la relación de cortes propios que compuso la primera mitad del concierto. La verdad es que, más allá de filias hacia temas míticos, la propia discografía de la banda tiene la garra suficiente para dar caña de sobra.
“Imported Society” tuvo un fenomenal bajo, que manejaba Scott “The Rod” Lee Sargeant con unas pintas tremendas de camionero (con barba de pico y gorra calada). Por cierto, que el resto de la banda también eran lo sobradamente solventes como para sacar a delante este show con muy buena nota. Todos ellos eran unos trotamundos que han militado o militan en unos cuantos grupos de distintos géneros. Unos tíos acostumbrados a desenvolverse bien en muchos fregados, como Michael Arellano (batería) y Mike DeLeon (guitarra).
Luego llegó “No Glove No Love”, que fue sin duda una de las destacadas de su repertorio. Un auténtico temazo que encendió la mecha del circle-pit. Lo mejor de M.O.D. que sonó en la tarde. Billy Mosh ya estaba totalmente enfrascado en su papel de frontman enorme, legendario para muchos. Con una estética algo desfasada, pero entrañable al fin y al cabo. Era como un colega que se hubiera subido al escenario para entonar algunos de los himnos de nuestra juventud.
“True Colors” y “Thrash Or Be Thrashed” fueron las siguientes, para que los dedos de Mike desgranasen los fulminantes riffs más cerca del Crossover que otra cosa. Creo que M.O.D. se presentaban con mucha humildad y un gran respeto, ante todo por la música que ellos mismos practican. Se metían en faena como unos currantes más que como unas estrellas. La gente seguramente lo percibía y conseguía disfrutar de sus ritmos acelerados.
Un concierto dignificado con el Mainstage 2, pero que estoy seguro de que estos tíos soltarían también toda su energía en cualquier otro sitio.
Curiosamente, “Let Me Out” fue la siguiente y creo que la peor de todas las que tocaron. Sonó bastante más falta de chispa que cualquier otra y me pareció un pequeño error de bulto. Pero vamos, que esto duró los dos minutos cortos que dura el tema.
Pese a todo, sería uno de los conciertos que más disfrutaría en todo el festival (esto es una cuestión personal, por supuesto), y creo que sería por el pundonor que M.O.D. pusieron sobre las tablas cuando tocaron sus temas o los temas de otros. Por ejemplo, “I Love Livin’ In The City”, de Fear. Todo un clásico en su repertorio, por otra parte.
Luego se arrancaron con la segunda parte del setlist, que dio un buen repaso a algunos de los cortes más conocidos de S.O.D. Más que un tributo a canciones como “Kill Yourself”.
A todo esto, que Billy Mosh se tomaba su tiempo para presentar muchas de las canciones, dando unas explicaciones (más o menos largas), imagino que interpretando el sentido de las letras o adecuándolas a cosas que pasan en la actualidad. No sé, pero aquello sonaba más que nada a chascarrillo para dar paso a los convulsos movimientos de la gente, violentada por la música.
También me gustó ver cómo se movía Mike DeLeon mientras tocaba su guitarra, más como un fan que como el propio intérprete. Retomo aquello que decía del pundonor.
“Kill Yourself” fue grande, pero “Milano Mosh” le siguió la estela con ese arranque de “batería de lata” que parece preparar la tormenta sónica que se avecina con el brutal cambio de ritmo.
El pit ya era prácticamente continuo. Y le tocaba a “Fuck The Middle East” (ahí es nada), empalmada con “Pussywhipped”, precedida por la correspondiente explicación de Billy (que creo que a Mike la vino un poco larga porque no paraba de balancearse esperando a que arrancara). La letra espetada, esputada y escupida en un feroz ataque de sonido Crossover hacia la atmósfera del Hellfest.
“Fist Banging Mania” perfilaba el final, con rabia. Pero el verdadero asalto sonoro a los oídos y las mentes de los congregados fue con “Speak English Or Die”, como no podía ser de otro modo, incluida una genial intro. Era de esperar, pero el concierto iba siendo tan entretenido que, cuando llegó, se recibió a lo grande. Y el crowd-surfing (que ya se pudo ver antes) no podía faltar especialmente aquí. Billy, desatado.
El final del concierto de M.O.D. estaría dedicado, en la voz de “Mosh”, a toda aquella gente que aprovecha lo bueno que hay en la vida, por insignificante o pequeño que nos parezca. Ese final fue para “United Forces”. Otros dos minutos cortos de geniales riffs thrasheros para rematar un conciertazo de unos clásicos, con todas las de la ley.
En esto que nos enteramos que Trivium habían cambiado el turno con Death Angel. La verdad es que yo quería ver a los de San Francisco, así que me tomé un rato de asueto hasta un show que me llamase algo más la atención. Rato que se pasaría volando a manos de unas birras y cambiando impresiones con otros compañeros.
Llegó el turno de Rob Zombie. El auténtico artista multimedia que llegaba al Escenario 1 del Hellfest 2.014 con un enorme número de fans agolpados frente a su puesto.
Personalmente no me atrae demasiado su música. La he oído, sí, pero no he logrado encontrar demasiado que me guste, a excepción de algunos temas sueltos. Pero se ve que le llevo la contraria a un montón de gente, a tenor de lo que acabó reuniéndose por allí.
El estilo no sabría aún definirlo. Supongo que es un Industrial con algo de Groove, por decir algo.
El caso es que aparqué por allí e intenté aprovechar el rato y ver a quien es, no obstante, todo un icono del Rock actual.
Me gustó la estética que pusieron en el escenario con carteles, frisos y una bandera que cubrían pequeñas plataformas y también buena parte del espacio del escenario. Estos tenían imágenes de monstruos clásicos del cine en blanco y negro: Frankenstein, Drácula, el Hombre Lobo, la Momia… Y también palabras tipo “Kill, Hate, Murder…” y cosas de esas. Me pareció muy acertado. Ah! Y el mástil del micro tenía la figura del Nosferatu de Murnau.
También estuvo interesante la estética de la misma banda. Rob, con su maquillaje de zombie y una camiseta de aires orientales, aunque cubierta al principio con una chaqueta con flecos y luego con una especie de chaleco antibalas. Finalmente se acabó quedando con la camiseta, pues la temperatura no aconsejaba otra cosa.
Luego John 5, con sus habituales maquillajes extremos, como haría cuando tocaba con el reverendo Manson. Aparecía con la cara totalmente pintada de negro y blanco. También llevaba una espectacular guitarra transparente de metacrilato y hueca, con un líquido dentro.
Pero más allá de pintas, el colega manejaba la guitarra con una solvencia tremenda; sobre todo para estos géneros tan “modernos”. Unos temas que parecen pedir espontaneidad e innovación constantes para su público.
Piggy D bastante más sencillo en la indumentaria y en un plano también más discreto. Y a Ginger Fish… la verdad es que no lo pude ver bien, pero también le recuerdo la cara pintada de blanco con lo que creo que era una cruz invertida trazada desde su frente a su barbilla.
El principio fue cosa de “Dragula”, que sirvió para enganchar a la audiencia desde el primer minuto. Un tema de los más celebrados de la discografía de Rob, aunque creo que cuaja mejor entre los jóvenes. No terminaba de ver a viejos rockeros clásicos disfrutando esta música como lo hicieran con otros grupos, como algunos de los que tocaron poco antes.
Igualmente imagino que “Hellbilly Deluxe” debe ser el disco más interesante de Rob Zombie, más que nada porque de ahí se sacó el grueso del setlist de este show. “Superbeast” y “Living Dead Girl” daban fe de ello. De estas diré que me gustó más la primera, con una estructura más clásica y mucho menos cargada de samplers que una “Living Dead Girl” que encontré simple en lo musical.
Algo que encontré atractivo fue un sonido que no fue todo lo bueno que podría, pero que sí me pareció muy de “live”. El tono muy distinto a lo que se podría encontrar en los discos creo que imprimía la frescura del vivo necesaria para hacer más atractivo el directo. El caso es que llegó a hacer un poco de viento que afectó a cómo se pudieron oír algunos temas desde un punto u otro del recinto.
“Dead City Radio And The New Gods Of Supertown”, con un nombre casi más largo que la propia canción, fue entretenida. Un corte más sencillo de transmitir y asimilar que sirvió como preámbulo a un solo de batería de Ginger Fish. Creo que ya he comentado en artículos anteriores que no soy muy amante de solos eternos, que me aburren a poco que sean algo largos. El caso es que tampoco fue nada demasiado espectacular y contó con algunos samplers de apoyo. Yo estaba esperando lo que viniera después, la verdad.
Y lo que vino luego fue uno de los grandes éxitos de Rob con sus White Zombie. “More Human Than Human”, intro “eróticofestiva” como en el disco incluida. Esta es una de las que me gustan de su discografía global. La esperaba y la disfruté.
Rob aparecía con una especie de chaleco antibalas y John 5 se puso una especie de yelmo negro en la cabeza, creo que hasta con plumas.
El caso es que la interpretación del tema me dejó sorprendido porque resultó bastante diferente a lo que recordaba. La voz más agria y desacompasada con respecto a la guitarra y John 5 un poco más sucio en la ejecución. No sé, pero me daba la sensación de que faltaba coordinación o puede que ensayo de este temazo. Creo que no estaba demasiado preparado en lo musical, aunque también hay que decir que Rob lo cantó haciendo equilibrios sobre la valla de contención del público. Ayudado por los tipos de seguridad, hizo de cantante – funambulista para deleite de sus seguidores que pudieron estar junto a la estrella por unos segundos. Pero bueno, el resultado del show audiovisual que se marcaron para esta versión fue positivo.
Más de media hora llevaban, menos de media les quedaba y le llegaba el turno a “Sick Bubble-Gum”, del “Hellbilly Deluxe 2”, con más Groove y una letra de lo más pegadiza que se coreó a los cuatro vientos hasta por los crowd-surfers.
Y después de que Rob se secara el sudor de sus greñosas rastas, “Never Gonna Stop (The Red, Red Kroovy)”, del “The Sinister Urge”, con ese ritmillo divertido que soporta el tema. Se iba preparando la terna final de la hora justa con que contaron los americanos.
“House Of 1000 Corpses” es el título de la primera de las películas dirigidas por el propio Rob Zombie. También el del tema que seguiría, con toques siniestros en medio de unos riffs potentes desde la guitarra de John. Un buen corte a manos de toda la banda, mientras el público acompasaba con las palmas.
Casi para terminar echaron mano de una cover. “Am I Evil?” de los Diamond Head (aunque más de uno sigue pensando que es de Metallica (…)). Una versión endurecida y con una buena batería, muy marcada. Los coros de los fans casi acaban tapando a la buena voz que Rob le imprimió a este clásico.
El final fue para otro tributo, aunque propio esta vez. De nuevo White Zombie prestaba uno de sus temas: “Thunder Kiss ‘65”. Bien recibida por el público e intentando dejar buenas sensaciones.
Tal vez lo que más destacó de estos minutos finales fue el solo de guitarra de John. Un solo que dejó muestras de su gran calidad a las seis cuerdas, pero donde echó mano de algunas melodías muy populares que sí, que resultaban molonas al oído, pero tal vez fueron un recurso fácil para que la gente las coreara. Alguna cancioncilla infantil y la misma “Enter Sandman” sonaron en sus manos y en voz del público, con el beneplácito de Rob Zombie. Y es que al bueno de Rob le gusta tributar, tanto en sus películas como en sus conciertos, pero podrían haber planeado un final más genuinamente propio para el show.
Hubo quien ya guardó posiciones para la actuación de la siguiente banda que tocaría en el Mainstage 1, que no serían otros que Iron Maiden. Yo pensé en aprovechar un poco más el tiempo y darme una vuelta por The Valley para ver un gran concierto de Kylesa.
Tras escuchar algún disco y tener muy buenas referencias de su directo, me entregué al vivo de estos americanos de Georgia desde las primeras notas. Un Sludge suculento y amplificado con buenas dosis de psicodelia y Prog.
Cinco tipos formando dos líneas igual de válidas. Sorprende desde un primer momento lo compensado que funciona el grupo entre la sección de cuerdas y voz y la de percusión.
Laura y Phillip comparten guitarras y voz, cada uno situado a un extremo del escenario. Parecían empecinarse en el tema del equilibrio musical y hasta físico. Ciertamente que Laura parecía contar con mayor presencia a la voz, pero es que Phillip también empleaba un theremín en bastantes temas. Sí, un auténtico theremín que él usaba con la misma dureza que si de una guitarra Dean se tratase. Obviamente captaba la atención del público cada vez que se ponía a “demoludar campos de frecuencia” como un cosaco.
Creo que arrancaron con “Tired Climb” tras una intro que sirvió a la banda para coger posiciones. El tema fue un trallazo con su sonido denso y demoledor y las voces combinadas. La gravedad de la música hacía muy patente los servicios del bajo de Chase Rudeseal, puesto en el centro del escenario como un centro precisamente de gravedad.
No sabría poner en orden demasiado bien la secuencia de temas, pero creo que “Forsaken”, “To Forget” y “Don’t Look Back” fueron otras de las primeras. La verdad es que todas con un resultado magistral en cuanto a la ejecución y sobresaliente en transmitir sensaciones entre hipnóticas y excitantes cuando se mezclan los estilos que estructuran su sonido.
Otra de las cosas que dominaba la atmósfera de The Valley era la combinación de los dos percusionistas que machacaban sendas baterías al unísono, con precisión cuasi matemática. Era como si un espejo replicara a uno u otro y redoblara los ritmos. Carl y Eric o Eric y Carl, todo un espectáculo por ellos mismos con las baquetas en las manos.
Todo en Kylesa parecía hacerse a la perfección. Sería esa una de las razones de por qué The Valley estaba lleno de público cuando había grandes bandas tocando o en ciernes en otros puntos del recinto del Hellfest.
“Unspoken” también estuvo, con su theremín y todo, claro. Tal vez una de las que menos me atrajeron, pero aun así fue mucho.
Más embaucadora resultó “Long Gone”, con melodías sinuosas y una susurrante Laura que daba paso a un sobresaliente trabajo de percusión, una vez más.
“We’re Taking This” daba alas a los moshers, con su Sludge desmedido y los cabeceos de la propia banda para marcar la cadencia. Un buen ejemplo de la dureza dentro de la musicalidad de una banda que se comió el escenario.
Pero el tema es que llegaba la hora de Iron Maiden en el Escenario 1 y no quería ver a los británicos desde muy lejos, así que me marché un poco antes de que Kylesa terminara su actuación. Los dejé creo que con “Running Red”. Un temazo de su “Static Tensions” de 2.009. Enormes guitarras, voces y cambios de ritmo para romper con todo.
La verdad es que, como ocurriera con tantos otros grupos que actuaron en The Valley (sobre todo del rollo Stoner), el recinto se les quedó pequeño en personal y en calidad. Quizás no tengan el renombre de otros, pero desbordan grandeza como el que más.
Y ahora sí, llegaba el turno de los Maiden. Mainstage 1. 20:55 horas con puntualidad británica y dos horas de NWOBHM por delante.
Con una aglomeración dispuesta frente al escenario, empezó a sonar el “Doctor Doctor” de UFO por los altavoces. La señal sempiterna de que los Maiden estaban dispuestos a salir a escenas en pocos minutos. Cuando esta acabó, pasaron a oírse los acordes de la intro “Rising Mercury”, el gran telón negro que cubría el fondo del escenario cayó y se pudo escuchar la voz de Bruce y los primeros acordes de “Moonchild”. Los seis integrantes de la legendaria banda de la doncella salieron raudos hacia las tablas para empezar con el concierto. Momento de subidón total.
Un show dentro de una gira que rememoraba la que ya hicieran muy a finales de los 80’s. “Seventh Son Of A Seventh Son”, el álbum conceptual de los Maiden por excelencia, lleno de buenos temas y con una estética mística que decoraba el escenario con paneles y dibujos de trozos de hielo con sugerentes formas que recordaban al Eddie.
Un escenario que contaba con dos niveles donde explayarse y hacer correr a un Dickinson muy activo (como siempre). El resto de la banda no se quedó quieta, pero tampoco se desfondaron ni mucho menos. En fin, supongo que Iron Maiden ya hace conciertos casi como churros. Lo bueno de esto es que tienen cogida de sobra la medida para contentar a los aficionados, al menos a los más fieles.
Pues con “Moonchild” se pudo ver un fondo de escenario con una enorme bandera que presentaba un cielo con la efigie de Eddie insinuada en él y un montón de bombillas flotantes encendidas (esta imagen se puede ver en el cover-art del “Seventh Son Of A Seventh Son”). Entonces la bandera cambió y apareció la de “Can I Play With Madness”. Pues eso.
Ya con este comienzo había muy buenas sensaciones porque, además, los músicos parecían andar en la onda y lo bastante entonados para que todo aquello sonase bien. Bruce Dickinson como maestro de ceremonias y ejerciendo de frontman, aunque Steve Harris sigue manteniendo el control desde un plano más secundario.
Y luego, tres guitarras. Por si la gente necesitase que les recordasen los riffs de las canciones, ¿verdad? Ahora en serio, es muy grande ver a los tres más legendarios guitarristas de los Maiden aun tocando juntos. Seguramente no se necesita tanta redundancia, pero en el directo se agradece por la gran energía que transmiten todos ellos.
Adrian Smith más tranquilo o pendiente de sus solos (como el bueno de “Can I Play…”), Dave Murray movido y Janick Gers que no paraba. En fin, cada uno en su estilo.
Volvió la bandera del principio y sonó la intro hablada de “The Prisoner”. Continuaron los coros del público (que en realidad duraron lo que la actuación) y los gritos al reclamo de “Scream for me, Hellfest!”. ¡Qué buen rollo!
No me considero un maidenmaniático al estilo de los que llevan camisetas de ellos habitualmente, que se saben todas las letras y conocen todos los detalles de la banda, pero sí que los he escuchado mucho (como todos, ¿no?) y ha sido una de las grandes bandas de una época para mí (también como todos, ¿no?). Así pues, cada vez que los veo me resulta una enorme emoción. Esta no sería una excepción.
Además, el impecable setlist no dejaba lugar a dudas acerca de lo bien que lo podíamos pasar.
“The Prisoner”, guitarreo, buen punteo y mucho Heavy Metal. Y luego “2 Minutes To Midnight”, con su bandera también, claro. Iba cayendo la tarde y la noche se nos arrimaba con sigilo mientras estábamos distraídos con cosas más interesantes que nos venían del escenario. Así los movimientos de luces y focos irían dando mayor juego dirigiendo nuestra atención a según qué músico.
No sé muy bien qué contar en cuanto a lo musical sobre los Maiden en esta parada de su gira. Creo que ya son más que archiconocidos y todos habréis estado, al menos, en un concierto suyo. Sabéis de lo que son capaces y cómo se las trazan. En este término tampoco se puede esperar mucha sorpresa, así que lo interesante se basa en la parafernalia que lleven y, más que nada, en lo que van a tocar. Sobre esto último, temas hasta su disco “Seventh Son Of A Seventh Son” de 1.988 (con alguna contada y concreta excepción).
Del “Piece Of Mind” llegó “Revelations” (con la bandera del principio otra vez) precedida de una pequeña charla de Bruce hacia el público. No tengo ni idea de lo que dijo porque lo hizo en francés. Pero sí que preguntó algo sobre “Afraid To Shoot Strangers”, para acabar dando paso a “Revelations”. Muy grande ver a los cuatro guitarras (incluyendo a Steve en el bajo) meneándose al unísono con el ritmo casi marcial del principio de la canción. Grandes sensaciones nos acompañaban y los minutos se pasaban rápido, señal de que lo pasábamos fenomenal con una banda que, después de 35 años, siguen estando en plena forma.
La siguiente sí se merecía una bandera propia… y bien grande. Bruce se quitó la chaqueta negra de pingüino que había llevado hasta entonces para ponerse la casaca roja de soldado del Imperio Británico y ondear la bandera de la Union Jack. Era el tiempo de “The Trooper”. Uno de los himnos más grandes, no sólo de los Maiden, sino de todo un género musical.
El público parecía rendir pleitesía a la doncella, así como los músicos parecían hacer lo propio en cierta manera, volcándose en dignificar su nombre y su propia leyenda una vez más ante nosotros.
Y tras los últimos y celebrados acordes de “The Trooper”, no hubo tiempo para respirar. Un pasaje del libro de las Revelaciones de la Biblia precedía a “The Number Of The Beast”. No habíamos llegado aún a la mitad del show, pero ya estaba puesta toda la carne en el asador. Iron Maiden había conseguido otro triunfo allá por donde quiso tocar.
Por cierto, que la bandera para esta canción era de un primer plano de la cara del Eddie de “The Final Frontier”. Supongo que no tenían otra.
Llegaríamos a la mitad del tiempo (una hora más o menos) con “Phantom Of The Opera” y sus ritmos tan pegadizos y “revitalizantes” para aguantar el tirón que aún nos quedaba. También cantado por gran parte de la muchedumbre y manteniendo la secuencia de crowd-surfers que no paraban de atravesar el mar de cabezas, de mano en mano, hasta el mismo foso de seguridad. Con la bandera de su single, por cierto.
Bandera que se cambió por la de la portada del single siguiente. Ya de noche sonaría “Run To The Hills”. Breve, rápida, atractiva, conmovedora, enorme… Iron Maiden en estado puro. Aquí saldría el Eddie de 4 metro vestido de “General Caster”, sable en mano, para pasearse por el escenario y putear un poquito a los guitarras, mientras brotaban fuegos artificiales de los bordes del escenario.
A continuación sonaría una que me encanta oír en directo. Desde luego no fue la más celebrada por la mayoría, pero personalmente me parece que la emoción que transmite “Wasted Years” (por letra y música) hace de esta una canción atemporal y conmovedora. Eso sí, con la bandera del principio.
En un concierto que recordaba a la gira del “Seventh Son Of A Seventh Son” no podía faltar la propia canción que daba título al álbum. Presentada como se merecía, con un muñeco gigante y articulado que aparecía del fondo del escenario y que representaba al Eddie que aparecía en el artwork del interior del libreto: escribiendo en un libro y con una bola de cristal, acompañado por unas velas (que se encendieron de verdad), la luna y por la propia figura de la muerte encapuchada y con guadaña.
Un temazo, bastante largo en la ejecución y la piedra angular del disco conceptual. Muy bien acogido en el ambiente tan propicio que habían creado. Bruce aprovechó la estrofa recitada de la mitad de la canción para dar el resultado del partido de fútbol entre Francia y Suiza que se estaba jugando.
La licencia respecto a los temas previos al año ’88 (de la edición del “Seventh Son…”) fue precisamente “Fear Of The Dark”. Un tema imposible en la gira original, pues es del disco posterior, pero un acierto aquí. “Fear Of The Dark” nunca sobra. La bandera fue la standard.
El final fue para “Iron Maiden”. Emoción en estado puro con otra figura gigantesca que apareció del fondo del escenario, recreando la portada del “Seventh Son…” con un Eddie figurativo de 3 dimensiones que puso la piel de gallina cuando empezó a moverse e iluminarse.
Se fueron con Bruce despidiéndose en francés e inglés, y eso hubiera sido suficiente, pero el caso es que volvieron. Con una bandera nueva tras ellos que mostraba la imagen de otro single, se oyeron las palabras de un discurso del mismísimo Winston Churchill. “Aces High” volvió a ser una locura. Se convirtió en un nuevo inicio de concierto pese a las horas de pie y el cansancio. No se podía dejar de disfrutar de un tema tan grande.
El final para echar el resto sería para “The Evil That Men Do” + “Sanctuary”. Eso sí, precedidas del resultado final del partido de fútbol, que volvió a anunciar Bruce. Cada una con su bandera (“The Evil That Men Do” con la de su single y “Sanctuary” con el artwork del Maiden England ’88 (la gira actual, se supone)).
La verdad es que en el final se explayaron un poco y metieron algún material de relleno para alargar la despedida, que resultó bastante emocionante, no obstante. Pues eso, que otro concierto de los Maiden, de esos de los de siempre.
Y como era de los de siempre, se acabó sonando “Always Look On The Bright Side Of Life” de los Monty Python.
Rápidamente pasamos al escenario The Altar para ver a la que probablemente sea la mejor banda tributo a los Death que haya habido. Death To Alll (D.T.A.) se presentaban con un telón de fondo (literalmente hablando) con el logo de la legendaria banda de Florida.
Death sin Chuck no es Death, eso está claro y creo que nadie lo duda ni por un momento. El padrino del Death Metal es demasiado importante para este género como para que alguien tome su nombre (o más bien el de su banda) en vano. Pero D.T.A. será lo más próximo a los genuinos que tengamos.
D.T.A. es Paul Masvidal (guitarra en Cynic), Sean Reinert (batería en Cynic), Steve DiGiorgio (bajo en Sadus) y Max Phelps (guitarra y voz en Cynic).
Masvidal tocó la guitarra en “Human”, Reinert la batería en “Human” y DiGiorgio el bajo en “Human”, “Individual Thought Patterns” y parte del “Symbolic”. Así que sabían lo que se hacían.
Como salir rápidamente de entre el enorme público que vio a Maiden era bastante difícil, pues llegué a la carpa de música extrema con el concierto ya empezado. Sonaba “Left To Die”.
En un principio pensé que el setlist se basaría mucho en le “Human” dado que era el álbum donde habían participado hasta tres de los músicos presentes. Realmente no fue así, sino que el repaso fue bastante completo en lo que permitieron los 60 minutos de actuación. Desde “Spirit Crusher” del postrero “Sound Of Perseverance” hasta la mismísima “Zombie Ritual” del crudo “Scream Bloody Gore”, los temas recorrieron toda la discografía que Schuldiner compusiera en su tiempo.
Personalmente me gusta mucho el “Leprosy”, por lo que “Left To Die” me pareció un temazo (aunque lo hubiera flipado si hubieran elegido “Open Casket”). Pero la canción que seguiría el concierto se presentaba como uno de los momentos más intensos del recital, desde el mismo momento en que se oyeron las palabras de una señorita explicando el uso de la “Suicide Machine”. Uno de los temas que tal vez mejor aunaban la dureza del Death Metal con la magistral técnica exigida en la composición.
Unos breves instantes servían para que Phelps, Masvidal y compañía recuperaran un poco en cada corte. Así llegaron a un combo precedido por otro sampler donde un tipo parecía vociferar como un telepredicador para dar paso a “Spiritual Healing”, seguida por “Within The Mind”.
Explicar este concierto se puede hacer un poco complicado o incluso raro. Estábamos disfrutando de una banda con una técnica sobresaliente (sólo hay que pensar en el tipo de música experimental, compleja y progresiva que ha ido evolucionando en Cynic con varios de estos tipos que hoy tocaban). Unos músicos de los pies a la cabeza y que, además, se atrevían con unas canciones de enorme nivel compositivo. Pero también luchaban con el hándicap de que, a pesar de haber sido miembros de pleno derecho de la banda tributada, ellos por sí mismo no podían apropiarse de su nombre. Death era Chuck y punto. Todo lo demás serían homenajes o grupos de versiones.
Por otra parte, si no se tratasen de los temas que estábamos escuchando, sino que fuese un grupo que tocara temas propios con la misma solvencia y actitud que estaban mostrando, podríamos tacharlos de extremadamente fríos en su manera de tocar en directo. Muy centrados en la música y sin aprovechar el espacio del que disponían sobre el escenario (aunque este tampoco fuese enorme que digamos).
Pero claro, aquí se conjugaban estas dos cosas últimas que he dicho, pues el atractivo de ver a D.T.A. en vez de Slayer, por ejemplo (que tocaban en el Mainstage 2), era el de tener la oportunidad de gozar una “Crystal Mountain” ejecutada con un pulcro exquisito.
Después vendría la “Spirit Crusher” que comenté anteriormente y el candente arranque con unos bajo y batería sobresalientes por parte de DiGiorgio y Reinert. Pero vamos, que otro de los momentos estelares sería para una de las más geniales del repertorio de Chuch: “Symbolic”. Creo que era una de las más esperadas por los reunidos, que imagino que tendrían ganas de escucharla siendo tocada con todas las garantías de que sería tan bien tratada.
Los cambios de ritmo y el Prog embrutecido por la base Death evocaron las mejores sensaciones y el recuerdo al maestro desaparecido.
Más visceral sería “Zombie Ritual”, que se enganchaba con la otra del “Scream…”: “Baptized In Blood”. Desde el inicio ya se intuía un Death más directo y tal vez esto hizo que la formación se sacudiese un poco la rigidez de su pose y se soltaran a moverse ligeramente más. Incluso DiGiorgio estuvo susurrando algo a Phelps mientras este cantaba “Zombie Ritual”, que pareció divertir al vocalista.
El final resultó ser “Pull The Plug”, del “Leprosy”. Como dije antes, es el disco que más he escuchado y con el que siento más afinidad, por lo que terminar con un corte de este fue un detalle que me agradó.
Me fui marchando mientras finalizaban el tema y apenas les oí despedirse cortésmente de la concurrencia. Así me dirigí hacia los escenarios principales y pude acabar de oír el concierto de Slayer. Lo “sacrifiqué” por ver lo más parecido a Death que tal vez exista desde la muerte de Chuck Schuldiner, pero quería tener algo de recuerdo de su actuación en el Hellfest porque era la primera oportunidad que tenía de ver a Slayer desde la muerte de Jeff Hanneman.
Llegué para dos: “South Of Heaven”, que seguía poniendo la carne de gallina aún en la distancia, con Araya desgañitándose sobre las guitarras de Kerry King y Gary Holt.
Y luego “Angel Of Death”, imagino que dedicada al amigo desaparecido, con un arranque de lo más genuinamente Slayer. Desde la batería de Paul Bostaph al grito desgarrador de Tom al inicio, rápida y fulgurante para sobrevolar el Escenario 2 con su magistral cambio de ritmo rompecuellos.
Lo cierto es que tampoco noté mayores diferencias en lo musical desde las últimas veces que vi a Slayer en concierto. Hace algún tiempo ya, pero aún estaban Dave Lombardo y Jeff Hanneman en las filas de la banda. Tampoco tuve mucho tiempo para comparar y la verdad es que no quería hacerlo. Intenté disfrutar los pocos minutos que les restaba por tocar, de una de las bandas más legendarias en directo en la historia del Metal.
Un poco de relax para la siguiente banda, pues estaba esperando realmente a los últimos de la noche. Así que, antes de Death Angel, me lo tomé con calma para ver a Sabaton.
Como preámbulo para su concierto sonó, como siempre, “The Final Countdown” de sus compatriotas Europe. Sonó entera.
Luego, a modo de intro, “The March To War” y entraron todos para marcarse “Ghost Division”. Empezaron con más ganas de las que tenían sus espectadores, al parecer por las carreras que Joakim Brodén y los suyos se metieron en los primeros instantes por el escenario. Los seguidores los recibieron con palmas pero creo que muchos andaban ya cansados.
El escenario se iluminaría con tonos rojos, contrastados por focos de luz blanca que ocultaban a la formación por momentos entre penumbras y contraluces. Una iluminación un poco agresiva para mi gusto, que fueron controlando ligeramente según fue pasando su tiempo.
Luego, “To Hell And Back” emplea un ritmillo a lo “spaguetti western” que parece calmar un poco los ánimos sobre el escenario. En cuanto a energía no se podía poner pero a los músicos. Chris Rörland y Thobbe Englund no dejaban de hacer moshing, moverse o saltar con las guitarras en ristre y tocar a la vez los riffs genuinamente Power Metal.
Para “Carolus Rex” sí que hubo mayor reacción entre la concurrencia. Un corte que toca la fibra con el tono de epopeya impreso.
Lo cierto es que siempre he visto a Sabaton como una propuesta de Power con una dosis de épica muy preparada y producida expresamente para llegar al gran público. Se puede entender como una música “edulcorada” en el sentido de que se mide y crea para enganchar a mucha gente (supongo que sobre todo la más joven), a cambio de perder naturalidad y viveza. Esto es también opinión muy personal y nadie tiene por qué estar de acuerdo conmigo, claro.
Pero bueno, eso es algo que puede haberle pasado a un gran número de bandas de Power Metal desde los 90’s aquí (sobre todo en aquellos años en los que se produjo la explosión del género sin mesura). No obstante (o tal vez por ello) Sabaton merecen el reconocimiento de haber superado ese hándicap implícito en su estilo. Han conseguido ser una banda consolidada y reputada y, además de todo, en concierto son divertidos.
La base rítmica se hace esencial en el sonido de Sabaton, pues los ritmos se marcan muy fuertes para dar la cadencia y energía que le hace falta a su estilo. En este sentido, Hannes Van Dall (percusión) y Pär Sunström (bajo) hacen lo que tienen que hacer para que se viese un buen directo. “Screaming Eagles” o “Swedish Pagans” fueron buen ejemplo.
Eso sí, la última vez que los vi contaban con Snowy Shaw como batería. Snowy me parece todo un personaje y me gustan algunas cosas de las que ha hecho en su larga trayectoria musical (incluso con Notre Dame). Así que esperaba tener la oportunidad de verle de nuevo en esta ocasión. Me temo que me llevé una pequeña decepción cuando apareció Hannes en vez de él.
Todos con la misma indumentaria de camiseta negra y pantalón de camuflaje militar y Joakim con su chaleco ¿antibalas?, su típica cresta y las gafas de sol de espejos. Sabaton en su tipo.
“Soldier Of 3 Armies” aportó un punteo interesante y “Resist And Bite” un tema con tres guitarras, pues Joakim cogió una para este. Tras una brevísima lección de guitarra por parte de Thobbe, en la que Joakim se marcó los primeros acordes del “Master Of Puppets”, se arrancaron con el tema en sí. Lo de los tres guitarristas quedó lucido y hasta vistoso, pero probablemente se hubieran apañado casi igual con las dos de costumbre.
Otro de los puntos necesarios en Sabaton para enfatizar la épica se encuentra en los tres coristas con los que cuenta el frontman en las voces de sus tres escuderos de cuerdas. Trozos de estrofas cantadas al unísono, con el compás y la fuerza del propio ritmo del tema. Así era, por ejemplo, “The Art Of War” (precedida por unas palabras del Sun Tzu).
El final fue para “Primo Victoria”. Sonó bastante bien, en los términos de lo que se habían escuchado en los minutos anteriores. Un buen estribillo y riffs para agitar la cabeza. Llegaba a su fin un concierto entretenido para quien quiso quedarse a disfrutar de las últimas actuaciones del primer día del Hellfest 2.014.
Y el final de la jornada llegaba en el Escenario 2 con los que tuvieron que cambiar la hora con Trivium. Death Angel cerraba los escenarios grandes con un buen puñado de fans ocupando una pequeña parte de la enorme extensión del recinto. Eran los irreductibles thrashers.
Death Angel hace justicia a muchas otras bandas del género Thrash que siempre dan el cayo. También es verdad que verles muy de continuo puede llegar a crear indolencia porque el show suele ser muy parecido, pero hacerlo de cuando en cuando hace lo contrario: garantía de pasarlo bien.
Mark Osegueda volvía a presentarse ante nosotros con esas pintas genuinas a más no poder de thrasher de la vieja escuela.
Desde “Left For Dead”, las guitarras de Rob y Ted no dejaron de disparar riffs brutales y cañeros. No los más rápidos que he visto, pero sí llenos de esencia.
Tampoco os creáis que fueran lentos ni mucho menos. “Son Of The Morning” sonó como un tiro. Y Mark siempre agarrando con saña el micro y desgañitándose con el pie apoyado en las pantallas de sonido frente a él, como si le gritase al propio universo.
Dejaban por un momento “The Dream Calls For Blood” para recalar en el “The Ultra-Violence” con “Evil Priest”. Menudo alarde de fuerza con este tema, con las guitarras descontroladas. Especialmente para el solo y en el brutal giro en el ritmo que termina con la canción. Seguro que despertaron a más de un amodorrado.
“Claws In So Deep” desde “Relentless Retribution”, precedida por una pequeña presentación de Mark para terminar de animar a la gente. Lo suficiente para que el pit se moviera y agitara en cuanto los ritmos de batería de Will Carroll despuntaron en la noche de Clisson. Un corte de los más accesibles, marcado para el moshing y con un poco más de melodía.
Por cierto que el bajo de Damien Sisson tampoco pasaría desapercibido, aunque fuera porque su portador se movía y entregaba al mismo nivel que sus compañeros Mark, Ted y Rob.
“Seemingly Endless Time” volvió a dejar muestras de la pureza del Thrash de los californianos, sobre todo en las cuerdas que Rob desgarraba para sacar un enorme punteo.
“Execution – Don’t Save Me” me resultó la parte menos atractiva de su show. Un tema que, para mi gusto, pasó sin pena ni gloria en su setlist al compararlo con el resto de la selección hecha.
La verdad es que el cambio de hora no les hizo ningún favor por la menor afluencia de público que consiguieron congregar. La gente estaba muy quemada después de un primer día con mucho desgaste, particularmente con el concierto de Iron Maiden. Eso sí, consiguieron 20 minutos más de actuación. Unos 4 temas extra.
Como decía antes, siempre te puedes fiar de la entrega que grupos de este pelaje suelen hacer: Testament, Overkill… Death Angel no son una excepción. “3rd Floor” por ejemplo, arrancó a toda velocidad y dejó otro temazo al estilo Old School, con cambios radicales, aportes de bajo y una voz sensacional.
“Empty” del “The Dream Calls For Blood” dejaba paso a esos cuatro temas que se ganaron con el cambio de hora.
Una, la que da nombre precisamente al último disco, me pareció una canción llena de detalles y con una composición muy interesante. Y “Fallen” terminó el repaso a este disco.
“Mistress Of Pain” aparecía tras que Mark alentara al público a aguantar el último harreón. Thrash en estado puro como el que más, para ir rematando la actuación que apuntilló “Thrown To The Wolves” (con la intro de “The Ultra-Violence”). Los focos bailaban por última vez sobre la ambientación roja y azul del escenario. Un tema alargado para que la banda y su público se pudieran despedir y citar para una próxima vez entre los acordes afilados de las últimas notas.
Así acabó el primer día del Hellfest 2.014 en el recinto del festival. Fuera, junto al camping, se podía alargar la noche unas horas más en la discoteca.