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El pulso de Ara Malikian caló en Sevilla

Poradmin

Ene 31, 2016
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Una escenografía enigmática presidía el escenario del imponente auditorio Fibes. Las gradas se fueron llenando de un público muy variopinto: niños, adultos y ancianos se repartían entre las butacas, unos comentando la carrera profesional del artista y otros correteando por los pasillos.

Poco antes de comenzar el espectáculo, un humillo con aroma oriental emergió de los lados y se extendió por toda la sala. Después, unas luces suntuosas acompañaron al olor y fue entonces cuando por una de las escaleras laterales descendía el violinista. Ara Malikian bajaba tocando con los dedos las cuerdas de su violín, pausadamente. Entró en escena el resto de la orquesta, dispuesta en dos filas y presididas por un trío de cuerdas: viola y violines. La música era relajada hasta que los dos violines cruzaron una mirada y una pura energía tomó la sala.

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Impactantes luces rojas y blancas flanqueaban los contornos de los músicos que se movían a lo largo del escenario, saltando y girando sobre sí mismos. El público vitoreó las primeras notas y aquello no era más que el preludio de un espectáculo que duró más de dos horas. Las composiciones se fueron sucediendo entre anécdotas y chascarrillos del artista que nos acercaron a su intimidad. Descubrir su historia personal logró que comprendiésemos mejor sus vínculos con las obras, tanto las propias como las clásicas. Sobre todo cuando interpretó el tema 1915 en homenaje al holocausto armenio. Otras como El vals de Kairo o Backgammon nos transportaron a países y culturas orientales que nos sugirieron paisajes vibrantes y coloridos. Las canciones que más simpatía causaron fueron las archiconocidas Paranoid Android de Radiohead y Cashmere de Led Zeppelin, pero versionadas con tablas indias, chelo, contrabajo, batería y la triada de cuerdas.

 

La escenografía cambió según el carácter de las composiciones. A veces bajaban unas bombillas del techo, imitando estrellas, o ascendía una pantalla posterior que proyectaba las sombras de la banda y los instrumentos. Las multidimensiones del espectáculo excitaban todos los sentidos y crearon una completa sintonía entre el público y los artistas. De hecho, al final del evento, los asistentes colaboramos con el ritmo a petición de la orquesta y todo el auditorio vibró, empíricamente, desde los pies hasta el último pelo de la cabeza.

Uno de los momentos más emocionantes fue el cara a cara que protagonizaron los dos violines. En la versión de Syriab los violinistas libraron una coreografía épica que enfrentó a los músicos hasta el punto de casi quebrar sus arcos. Aunque en el caso de Ara, eso no sería exagerar. El libanés arrancó en numerosas ocasiones varias cerdas de su arco que se rompieron durante el concierto. Síntoma inequívoco de su pasión. Enfermedad que nos contagió.

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El cierre del concierto consistió en interpretaciones individuales de cada instrumento con un fondo rítmico hecho con palmas. Nuestras palmas, las suyas. Música hecha con nuestro pulso en armonía. Aquella noche nos invitaba a bailar, a perder la contención y a entregarnos a su estilo particular. Estoy segura de que ese baile no acabó allí.

Esperamos el próximo vals.

 

Fotografías: José Luis González García de Castro.

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