Y dice así:
Como si del escenario del gélido bosque de la portada de “Escandinavia” se tratara, el frío llegó a Sevilla el pasado último jueves de noviembre. La brújula dejó de señalar al norte para clavar su aguja en la plaza del Pumarejo. La Sala, que es la casa de las canciones y el hogar de los locos que las buscan, esperaba uno de esos espectáculos que vienen envueltos en seda. Jorge Marazu volvía a Sevilla con su guitarra y su puñado de canciones un año después, en una de las últimas citas de la gira Escandinavia, que le ha llevado a colgar su sombrero desde Ávila a San Cristóbal de las Casas (Chiapas, México), pasando por muchas ciudades de la geografía española.
Al filo de las diez de la noche, Jorge abordaba el escenario. Su guitarra aguardaba paciente en una esquinita, dispuesta a ofrecer los primeros acordes de “Peces de ciudad”, de Joaquín Sabina. Creo que son tan sólo dos canciones las que le hacen falta a Jorge Marazu para tejer esa atmósfera en la que te atrapa como una araña en su red. Cuando estás aplaudiendo la segunda, ya has caído. “Preso de un impulso irracional” (permítase el pequeño robo), olvidas que hay mundo más allá de las cuatro paredes donde se encierran las canciones. No caben los prejuicios, desaparecen, porque van a caer coplas con cadencia de blues, bolero, pop… Se genera un cálido ambiente muy íntimo, especial, mágico.
Advierte el abulense entre risas que “no vamos a bailar electropop hoy”, haciendo referencia al ritmo de los temas. Así que, en este clima tan familiar, entre confesiones y anécdotas, vuelan canciones que no calientan los huesos, pero abrigan el alma. “El Rol” y su garra de blues, y la siempre emocionante y llena de delicadeza “Enredadera” son consecutivamente rescatadas del cofre de “La colección de relojes” para cruzarse en el camino con las aún inéditas “Barrio de Santa Cruz” (que cabalga entre la zambra argentina y la jota, con una melodía marca de la casa) y “Catorce años atrás” (buena muestra de lo alto que va a quedar el listón), que aparecerán en el próximo disco; más alguna otra sorpresa inédita muy especial.”La Bien Pagá”, “Toda una vida” o “La distancia” se desempolvan la edad y son la nota de sabor más añeja de una noche, en la que, como no, sonaron también “Escandinavia”, “Media vuelta”, “Hiroshima”, “Tu tren”, “Adiós!” … la hornada del disco “Escandinavia”.
Tan honesto, tan sensible y sincero, tan transparente en el escenario, que se puede ver como la emoción le atraviesa. Hasta que llega el momento en que ya no sabes si la canción que está cantando es suya, del gran Enrique Urquijo (de quien sonaron la tierna “Ojos de gata” y la desgarradora “Agárrate a mí, María”), tuya o de cada uno de los que estáis disfrutándola abajo del escenario. Te crees cada historia como si la hubieses vivido tú hoy mismo. El nudo en la garganta te deja literalmente mudo. Y eso es un logro al alcance de muy pocos.
Por desgracia, tenía que haber un final, ya que todo lo tiene. Aunque quisiéramos no dejarle bajar del escenario. Así que la guinda del pastel fue, en primer lugar, “Recuerdo crónico” y, para despedir la velada, “Miedo”.
Quedan ya sólo cuatro paradas en el viaje de este tren. Gran Canaria, Tenerife, Barcelona y el festín final, sala Galileo Galilei, Madrid, el 14 de diciembre. Suban ya a ese tren si tienen la oportunidad; así, en un futuro no muy lejano, podrán fardar de que “ya conocíamos a Jorge Marazu cuando tocaba en salas pequeñas”.
Bromas aparte, Jorge Marazu es ya una realidad, y la gran promesa de la canción en castellano. Esa pasión por las raíces, esa capacidad para acariciar corazones, la inexistencia de prejuicios musicales, la magia de sus letras lúcidas y profundas, tanto talento y sensibilidad, y la emoción infinita de un bonito puñado de canciones le situarán muy pronto donde se merece. Se avecinan buenos tiempos.
FOTOGRAFÍAS: ANTONIO ANDRÉS