Coppola decidió hacer Drácula y el mundo de los vampiros cambió para siempre. De seres infectados y malolientes, de sangre, terror, colmillos y muerte, de inmundas ratas de la oscuridad humana, a incomprendidos galantes dolientes de su ventura, enamorados no-muertos por la fatalidad de un amor perdido. El 18 cumpleaños de la película es sólo una excusa para revisar su maravillosa banda sonora.
Silecio. Chelos lejanos. Melodía sinistra que se va a cercando. Que va aumentando, que te estremece, el corazón se agita. TROMPETAS.
Piano. Piano. Piano y violines. Piano y violines. Piano y violines y tambor. Silencio.
Voces susurrantes en una lengua que no existe. Voz de mujer desconsolada que se tira al suicidio. Frio, no, gélido canto, antesala de la sangre y la muerte. Drácula se hace no-muerto. Tambores y trompetas. Coros graves y profundos. Voces susurrantes que se oyen de fondo. Voces de mujeres. Conjunto que revienta en un tétrico orgasmo. Silencio.
Así comienza algo más que una banda sonora, algo más que el trasfondo melódico de una película de terror. “Dracula”, la música, mucho antes que pavor y miedo es un canto a la imaginación, a un moderno romanticismo gótico, al dolor profundo del amor prohibido y a la melancolía existencial del devenir del destino. Una original y poderosa música llena de matices y de estilos distintos, de furia, de sobriedad, de elegancia, de pasajes refinados y melancólicos combinados con momentos de exaltación vampírica.
Una música que no se acontenta con servir de fondo a la película, de ser mero trasfondo pasivo, sino que va más allá, que le da color, que la dibuja, que sirve de decorado magnífico para imágenes grandiosas, espectaculares, realizadas con los más antiguos truquitos de la era pre-digital, aunque en su día causaran más controversia que horror o susto. Un éxito de taquilla y también de crítica que sin embargo a más de uno dejó un pelín frío. Una banda sonora que, por incomprensibles motivos, la productora no quiso que optara al óscar, pero que, cuando se escucha sola, sin imágenes ni diálogos, cautiva y estremece, tema a tema.
“Vampire Hunters” salen en tropel. Chelos y vientos, tremebunda marcha, clásicos acompañantes del lado terrorífico de las películas de sangre y muerte. Cambio de tercio, “Mina's photo”, soledad y vacío, una voz y un violín dolientes, siniestra amargura, los otros dos clásicos de los colmillos. De nuevo un cambio, toque de sofisticación, “Lucy's party” con su xilofón metálico, parece lágrimas de cristal cayendo, gotas de melancolía como preámbulo del romanticismo gótico, “The Brides”, las novias, red de araña que tejen en torno a su asustada presa, vaivén melódico e insinuante, que asusta pero no muerde, sólo sugiere, que para eso espera a la llegada de la bestia, “The Storm”, tormentosa y confusa pieza, una de las más exaltadas del disco.
Entonces llega el amor. “Love Remembered”, toda una oda al llanto melancólico, al amor perdido, a la persona que se fue y es recordada, susurrantes clarinetes y violines suaves, el no-muerto es un ser sensible capaz de estremecerse por una mujer amada.
Vuelve la potencia. Los hombres se conjuran. La caza comienza y ya no hay tregua. “The hunt builds” y “The hunters prelude” nos asaltan, nos llenan de fuego, de dramatismo, de acecho a la alimaña que ya no se esconde, que quiere guerra, trilogía sonora que cierra “The green mist”, colofón siniestro.
Pero no todo es guerra, no olvidemos que el vampiro ama, que su amor es correspondido aunque sea luego de océanos de tiempo, el amor es más fuerte que la muerte y “Mina/Dracula” se hacen iguales en la misma sangre.
“The ring of fire” es el cénit de la persecución feroz. El enemigo está se busca la seguridad de su guarida y hay que acabar con él. Voces extrañas, lobos, caballos, gritos. El fin está cerca.
Todo termina. Hasta los que no están muertos han de dejar esta vida. “Love eternal” nos devuelve la ternura, el cariño, el último beso antes de dejarlo todo. Ya sólo nos queda subir al cielo: “Ascension”, luz para echar el cierre, coros de iglesia, la espirutalidad que emerge, la muerte por siempre y para toda la ternidad que en realidad es paz, paz para los vivos, descanso eterno para los que los que por fin han muerto.
Se terminó la peli, se encienden luces y se abren las puertas. Volvemos a casa después de un viaje, un vaivén, montaña rusa de músicas opuestas con, aún así, sorprendente coherencia interna. “End credits” resume lo que fue escuchado, collage poco de aquí y poco de allá, premio para esos raros que se levantan los últimos y que aguantan en la sala hasta que no queda nadie.
Ah, se me olvidaba, aún os queda otra. Annie Lenox con su último gran éxito. Qué mal envejece la electrónica casi arcaica de “Love song for a vampire”, con lo que me gustó esa canción en su momento.