Más allá de los casinos, de las fichas de juego, de los hoteles, del glamour y de los famosos existe otra Las Vegas. Una ciudad silenciosa, escondida, compuesta por personas sencillas, trabajadores, oficinistas, camareros, operarios, gente corriente que hace que la ruleta gire y que las luces de colores se iluminen por las noches. Una ciudad de solitarios, buscavidas y corazones rotos. Al menos, si hacemos caso a las cosas de las que habla Brandon Flowers, cantante de los Killers, en su debut en solitario.
Y las comparaciones son odiosas, pero, muchas veces, inevitables. Y es que la voz, su voz, sigue siendo la misma, cálida, fascinante, con un punto de nostalgia y mucho de emoción, y las melodías recuerdan, no puede ser de otra forma, a las de su grupo. Eso sí, vienen encapsuladas en algo distinto. Si los Killers suenan a revival-rock ochentero, épico y potente, en este disco recuerda más a esa pléyade de cantautores de la nocturnidad americana, a los temas lentos de Springsteen, a un Chris Isaak más electrónico y moderno.
El disco se abre con “Welcome To Fabulous Las Vegas”, un despertar entre el dolor y la esperanza, entre el neón, la cocaía, el blackjack y lo que queda después, y prosigue con “Only The Young”, un medio tiempo de ritmo golpeante como la lluvia y con unas guitarras de inspiración country y unos teclados espléndidos. Instrumentos ambos que pintan detalles en casi todo el disco, pinceladas magistrales que se dejan sentir en la esperanzadora “Hard Enough”, en el correcto single “Crossfire” o en la tremenda y emocionante “Playing With Fire”, para mí una de las mejores canciones del 2010. Y que demuestran que Flowers no está solo en la aventura, sino que cuenta detrás del cristal con dos ases del calbire como son Daniel Lanois y Stuart Prince.
El álbum se completa con algunas canciones más o menos vibrantes, entre el empuje de “Jilted Love & Broken Hearts”, el crescendo gospel de “On The Floor” y la positividad de “Was It Something I Said?” o “Magdalena”, rematando un buen disco que, sin ser una obra tremenda, deja la sensación de que estamos ante una auténtica estrella, si aún no lo era.