Existen frases que deberían estar escritas en una lengua universal. “No te agobies más, ¿qué necesidad hay?” dicen mientras tocan una música melancólica. Poesía mística, romanticismo decadente, épica de sentimientos. Violines, teclados, guitarras y emoción. Perdedores en el crepúsculo cotidiano. ¿Quiénes son Baustelle?
Para empezar, son italianos. Y cantan en ese idioma. Lo que significa que el gran público, el público de masa, el que se reúne en eso que alguien llama el planeta pop, apenas empiecen a cantar van a mirar a otro lado. Como si todos entendiésemos perfectamente el omnipresente inglés, la lengua en que están escritas la inmensa mayoría de las canciones que forma la banda sonora de nuestra vida. Como si no hubiera otro idioma mucho más universal, el lenguaje de la música.
Baustelle son eso, un combo romántico, un grupo de trovadores de historias tristes, cotidianas, de todos los días. Algo así como los pulp de bajo los alpes. Unos voyeurs observadores de lo que pasa en la soledad de tu habitación, en tu vacío existencial, en el caos de tu mente, capaces de cantar sobre grupies, sobre ranas o sobre místicos santos.
El disco se abre con un órgano que bien podría haber sido el de una iglesia introduciendo la melancolía de “L'indaco”, y continúa con una rendición a “San Francesco”. Se cierra el primer círculo con la misteriosa “I mistici dell'occidente” que bien podría ser la banda sonora de un film de Sergio Leone. “Le rane” dilucida en un alegre medio tiempo lo que ocurre cuando nos encontramos a esa persona que fue nuestra mejor amiga y hace años que no vedemos. Y así prosigue un disco emocional, que cautiva más allá de las palabras, que se acelera en temas como “La canzone della rivoluzione”, “La bambolina” y “L'estate enigmistica” pero que mantiene el tono vespertino en casi todos los tema. Y que acaba cantando sobre “L'ultima notte felice del mondo”.
Debo decir que prefiero otros discos del grupo. Para mí “La malavita” sigue siendo su gran obra, y éste lo encuentro demasiado lento, un poco privo de garra y potencia. Pero qué demonios, es un buen disco. Me emociona, me cautiva, me toca una fibra sensible que me hace sentir vivo. Y, como no los conoces, te hace entender que cada arreglo, cada arpegio y cada frase forman parte de un todo: el lenguaje de la música, que es el mismo que el del corazón.